Cuando era pequeño me dedicaba, además de a crecer y a aprender y a hacerme chichones en la frente y postillas en las rodillas, a acumular imágenes y recuerdos de aquella Vitoria de ayer. Esto último no lo hacía a propósito. Lo hacía de forma inconsciente pero efectiva, según suelo comprobar.
Basta a menudo una pequeña referencia, una palabra, una imagen, para que se disparen toda una batería de recuerdos. Recuerdos fragmentarios, posiblemente inexactos, fruto de la mitificación infantil y de la lejanía de los hechos, pero son como estampas a las que es difícil poner fecha y lugar, solo sensaciones.
Hoy estaba aquí, sentado frente a mi ordenador cuando he oido la palabra… San Cristobal. Y he recordado de repente aquellas figuritas en distintos soportes que decoraban el salpicadero de todo coche de bien que se preciase. Y he recordado especialmente el día de San Cristobal. Un día como hoy. Todos los profesionales del volante, taxistas, repartidores, camioneros, todos decoraban sus vehículos. Esos coches y camiones que cumplían en la familia más años que los gatos, los canarios o los perros. Esos trozos de hierro que duraban toda la vida y se arreglaban a martillo y con alambre, y con chapucillas de cuerda, y demás. Esos coches que se arreglaban en familia y en los que nos metíamos como sardinas en lata para recorrer carreteras más propias de carros y carretas que de bólidos tuneados.
Las calles de Vitoria se vestían de fiesta, y los chóferes lucián orgullosos sus vehículos engalanados, circulaban en procesión, en una ciudad sin atascos, y disfrutabana de su día de fiesta. fiesta proviniciana en una ciudad de provincias, pero fiesta humana en la que los vecinos comentaban mira aquel, o mira este o mira el otro.
Pasatiempos inocentes para una cultura de ritos, para un mundo en el que cada fecha tiene su sentido y cada año pasa ciruclando entre festejos y celebraciones. y como recuerdos son recuerdos, dejaremos para otro día las conclusiones…
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