No son sitios, El Salvador y Santa Isabel, que uno visite con frecuencia, y, las más de las veces ni siquiera de forma voluntaria. Pero según van cayéndonos las hojas del calendario lo cierto es que estas visitas se hacen cada vez más frecuentes, y a mi, personalmente me llama siempre la atención la poca delicadeza y atención que presta el ayuntamiento, a través de su servicio de enterradores, a un momento como éste. Otro mismo cabría decir del obispado. Y es que, como suelo decir a menudo, una cosa es la laicidad y otra la pérdida del sentido que tienen los ritos en la vida.
Antes una boda era para toda la vida, y para toda la vida suponía la unión de dos familias y el nacimiento de una nueva. De ahí su importancia y la parafernalia que la rodea. en nuestra cultura y en muchas otras. A día de hoy no es que sea algo para toda la vida, y de hecho son muchos los que ejercitan este sano deporte del matrimonio con reiteración y alevosía. Nuestro ayuntamiento, con buen criterio y general acierto, se engalana para acompañar el boato del evento y para estar a tono con trajes, vestidos, corbatas y tacones saca del armario alfombras y tapices, abre sus mejores salas, viste de gala a ediles y funcionarios y hasta si se tercia saca dantzaris y txistularis por no hablar de flores y demás accesorios.
Pero en esto que te da la insana manía de morirte, cosa que en general venimos a hacer los mortales una vez en la vida, y el ayuntamiento se olvida de ti y de la importancia que tu muerte puede tener para los tuyos. Ni habilita una sala en condiciones, para eso están los tanatorios, se me dirá, ni contribuye en absoluto a hacer digno ese momento cumbre del proceso que es ni más ni menos que cuando la caja se va al fondo. Del panteón o del nicho, pero al fondo. No estoy hablando de volver a enjaezar caballos. Hablo de algo más simple que muchos agradeceríamos.
Para empezar un mejor organización de horarios y turnos que evite la estampa de la furgoneta llegando a toda pastilla, los operarios bajándose ligeros mientras se ponen los guantes, y una vez concluido el tajo la misma retirada a toda prisa para ofrecer el mismo espectáculo a los siguientes. Todo esto mientras uno espera con su muerto en el furgón. Para seguir una revisión del protocolo de actuación y de los medios técnicos a emplear para evitar esa grua, o al menos esa impresión de no saber si está en un entierro o en una obra. Ya puestos, alguien debería de darse cuenta de que aquello de que “el hábito no hace al monje” tampoco hay que seguirlo al pie de la letra. Vamos, que podría el ayuntamiento gastarse unos duros o unos euros y vestir a la gente de forma más acorde con la función que realizan. Y ya de paso, y sin que tenga mayor queja de su actitud, hasta darles una adecuada formación en comunicación no gestual y en acomodación actitudinal a las condiciones emotivas del entorno.
Del cura, como ya decía antes mejor ni hablar, porque ciertamente tiene mejores piernas que voz, vamos, que es casi como su jefe supremo, ubícuo, capaz de estar en varios sitios a la vez o al menos parecer que lo está.
Vamos, que lo dicho, con espectáculos como estos hay veces que a uno se le quitan las ganas de morirse, a al menos de que le entierren…
Cuando me enteré de que se habían muerto 154 personas y niños, en un accidente de aviación, lo cierto es que me dió un bajón, o más bien un bajonazo. Soy consciente de que todos los días se muere gente, y también pienso que para sus familias es igualmente doloroso, siendo igualmente un accidente inesperado. Se podría decir que c´est la vie, pero depende del momento te hace pensar en los frágiles que son los hilos que te conservan viva, y demás cosas que todos sabemos. Por eso no quiero ver las últimas noticias del siniestro, ni hablar de la vida y de la muerte, porque como decía Silvio (Ay juventud) de la vida se sabe demasiado, la verdad es que tanto notición me ha deprimido un poco…