Publicado en Diario de Noticias de ílava el 30 de septiembre de 2008
Aprovechando uno de estos luminosos días con que se nos va despidiendo septiembre me tomé una mañana para darme un paseíto desde Subijana de Vitoria hasta La Puebla de Arganzón. Mitad por el camino de Santiago, mitad por la ruta de los castillos de La Puebla.
Buscaba el tiempo y el lugar para dedicarme un rato a relajar la mente arrullado por los ruidos del campo. Pero que va. Prácticamente toda la ascensión hasta el portillo de San Miguel la hice en compañía del rugir de camiones, excavadoras, bulldozers, motosierras y demás maquinaria que mientras construye una cárcel en secreto suena tan cercana que parece que en cualquier momento vaya a aparecer entre los robles. Bueno, y eso por no hablar de las señales acústicas de marcha atrás, que serán muy seguras pero que encrespan al más paciente.
El caso es que, cuando por fin alcancé un alto y me senté con la llanada a mis pies me vino a la memoria el ilustre Donnay. Ese que cantábamos cuando las cenas se medían por sus cánticos. Ese que allá donde íbamos era toda una seña de identidad como alaveses y vitorianos. Vamos, que si Liverpool tiene a los Beatles, si Venecia suena a Aznavour o New York a Sinatra, Vitoria, sus pueblos y sus barrios, tienen a Donnay. Claro, que visto lo que veía desde mi atalaya, tengo la impresión de que poco tiene que ver lo que yo veía con lo que cantaba él.
Así pues me convencí de la necesidad de reinventarlo y más aún ahora que andamos a la busca y captura de signos, identidades, iconos y demás merchandising del orgullo capitalino de Euskadi. De glosar con su florido lenguaje polígonos, adosados, cárceles, depuradoras, trenes, aeropuertos , gaseoductos, molinos y carreteras de la explanada alavesa (de llanada cada vez le queda menos). De añadir a las mil bellezas que tiene Vitoria los chorritos de la Virgen Blanca, las rampas y hasta el Boulevard. De incluir entre los barrios que tiene a Zabalgana y Salburua. De reconocer la forma en que el Arena de Zurbano es un campo fértil y hermoso que honra de ílava el solar, De cantar a los remansos lagunares de la depuradora de Crispijana donde riza las aguas el céfiro al pasar y las bombas y palas al trabajar. Y hasta de oír cantar al somormujo por los humedales como en su día lo hicieron las loinas en el Zadorra.
En esas estaba yo cuando el lejano e intermitente pitido de un cacharro que iba marcha atrás me despertó, y me invitó a bajar de la montaña y a dejarme de canciones, que se ve que hay cosas más serias que hacer.
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