Acabo de cruzarme con un tractor lleno de patatas. miles de kilos de patatas. Patatas cuyo precio en el mercado es irrisorio. Patatas que muchos años acaban en la tierra que les vió nacer y crecer, porque no merece la pena ni siquiera sacarlas. El caso es que patatas similares las compramos todos, y que por el precio que pagamos, cualquiera diría que no se entiende como las de aquí tenemos que tirarlas.
Si hacemos caso a los sesudos analistas, o quizás mejor, a los apologetas del sistema, lo que hay que hacer es ser más commpetitivos, lo que ha que hacer es ser más no se que, y no se que. Pero uno tiene la sensación de que el problema no es ese ni el otro. El problema es que corremos carreras distintas. El sistema no piensa en la tierra. Piensa en el beneficio. El sistema es cada vez menos humano. El sistema es un ente de dificil descripción, porque no es real, pero tampoco es divino, no es físico, ni tampoco metafísico, es simplemente algo parecido a un cancer mágico.
Porque magia es que todos andemos convencidos de que es normal, de que tiene explicación, de que es algo que indica que debemos mejorar, que somos nosotros los que hacemos algo mal cuando hablamos por ejemplo de las patatas. Cuando resulta que se nos intenta convencer que un kilo de patatas canadienses o una tonelada de remolacha de Brasil, crecida en aquellas tierras, seleccionada, envasada, estibada, trasportada, desestibada, vuelta a trasportar, distribuida, colocada y cobrada, es más barata que la de Crispijana.
El error está en empeñarse en luchar en esa carrera. La solución está en buscar alternativas que no compitan, sino que aseguren que la lógica se aplica donde debe, y que mejor sitio que aquello que nos da de comer.
Leave a Comment