Lo he dicho varias veces y esta semana no sólo lo he visto sino que incluso lo he podido leer. El sistema este de detección de drogas al volante genera una absoluta indefensión y es además un gérmen de auténticas tropelías e injusticias.
El martes hubo un aparatoso, triste, y trágico accidente que se saldó con un camionero muerto y varios heridos. Los medios recogieron con alarde tipográfico que al menos dos de los implicados habían dado positivo en el test de detección de drogas, con el consiguiente escándalo de la población y con el consiguiente escarnio para los culpables. Atrás quedó su condición de inocentes, aún en su categoría de presuntos o presumibles.
Apenás un día o dos más tarde, con una tipografia en nada comparable, y, como diría donnay en un rincón semioculto de la letra impresa, se podía leer que uno de los conductores reconoció haber consumido marihuana un par de días antes.
Y es que es a lo que voy. Así como con el alcohol se nos dice que hay estudios que acreditan la merma de facultades que su consumo supone para la conducción; así como se establecen unas tablas de las cantidades que son asumibles para la seguridad vial y las que no, y hasta se estudian los tiempos de metabolización y los niveles de alcohol de diferentes bebidas, con las drogas no. Se hace un enorme saco, y lo mismo da la heroina que la cocaina, la marihuana que el clembuterol, el rohipnol que la eritropoyetina. Lo mismo da ocho que cohenta, lo mismo da hoy que hace tres días. Y nadie explica la forma en que cada sustancia afecta negativamente a la conducción si es que lo hace. Y nadie explica la cantidad de consumo que es asumible en base a esos parámetros de seguridad vial, ni el tiempo real en el que los efectos, por encima de los rastros permanecen.
En fin, que es lo mismo pero distinto. Y puestos a encontrar diferencias, como bien me apuntaba un amigo, básicamente sólo hay una. El alcohol genera impuestos, es legal y es además toda una industria en occidente. Las drogas, lo que en ese saco metemos, no.
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