Así andan las compañias de telefonía que operan en la zona. Uno está tranquilamente sentado con su móvil cuando recibe un mensaje. Es de una compañia que dice que le quiere mucho, que dice que eres suyo. Pasan unas horas y uno recibe otro mensaje similar, pero de otra compañía. Es como si dos adolescentes se peleasen por nuestro amor. Es tal su enamoramiento que no dudan en escribirnos cartas abiertas en los diarios. Un día uno, al día siguiente otro.
Y nosotros aquí, en nuestras casas, con nuestros problemas, perplejos ante tan repentino y público interés por nuestras humildes e insignificantes personas. Por esas personas que, cuando tienen un problema son ninguneados y a veces hasta despreciados por voces cibernéticas, obligados a hacer el más espantoso de los ridículos cuando el ciberinterlocutor no reconoce nuestra voz.
Adorados como clientes por esas empresas cuyas oficinas tienen dos puertas, una cochambrosa, para clientes antiguos, y otra reluciente y llena de oropeles para los aspirantes a serlo.
La pelea que se traen entre ambos por su propiedad sobre nosotros es aún más sangrante si caemos en la cuenta de que encima de no tener muy claro cual es el beneficio o perjuicio para nosotros, lo que es evidente es que la pagaremos entre todos… los clientes.
Y digo yo, aunque resulte ingénuo, si no podían gastarse esas cantidades que destinan a mensajes y páginas pagadas en darnos mejor servicio o en cobrarnos menos por el que nos prestan.
El terreno este de las comunicaciones es un paradigma de lo insostenible que resulta la “libre competencia”, social, económica y hasta medioambientalmente. Es un ejemplo claro de cómo debería funcionar la combinación entre lo público y lo privado, si se hiciese con criterio social, no empresarial, y hasta casi en este caso. Porque es absurdo tener funcionando tres redes de repetidores de telefonía móvil. Porque es absurdo que una de las tres la hayamos pagado entre todos a través de un monopolio, porque es absurdo que ahora vayamos a hacer lo mismo con la red de fibra, porque es absurdo que las compañías se peguen por cubrir las zonas rentables por densidad de población y se vuelvan a pegar para dejar desatendidas aquellas en las que esa densidad no genera “negocio”. Y esque en una sociedad como la nuestra, la comunicación puede ser negocio, pero es por encima de todo una necesidad, un derecho al que debe darse tratamiento de servicio público, cuando menos universal, y a poder ser, gratuito para el ciudadano.
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