Soy de los que no gustan de leer las introducciones a los libros. Es más, muy a menudo me estorban y me dan la sensación de cierto intrusismo. Compras 100 páginas pensando que se corresponden al título y al autor y resulta que se quedan en mucho menos ante el sesudo estudio del introductor. Escasas son las excepciones y de alguna hablaremos otro día.
Con los prólogos sin embargo no me ocurre esto, especialmente si es el propio autor el que los redacta. Tengo además la insana costumbre de leer habitualmente varios libros a la vez. Así tengo uno en cada uno de mis sitios habituales de lectura, o varios juntos, y elijo el que más se adecua a mi disposición en cada momento. Ahora tengo por ahí la reedición del Quosque Tandem de Oteiza y la Historia de la Revolución Francesa de Jules Michelet. Y que cierto es que los prólogos a veces valen su peso en oro. Hoy me centraré en el de Michelet.
Uno lee cosas como:
Si los amigos de la libertad ven disminuir su número es porque ellos mismos lo ha querido. Algunos de ellos se crearon un sistema de depuración progresiva, de minuciosa ortodoxia, que de un partido pretende hacer una secta, una pequeña iglesia. Primero se rechazó esto, luego lo otro; se abunda en restricciones, distinciones y exclusiones. Cada día se descubre una nueva herejía.
Y no sabe si están escritas hace quince días o más de ciento cinquenta años. Uno ignora si se escribieron en Nantes, en París o en Crispijana (por aquello de la depuradora y la cercanía).
Pero hay más…
¡Fraternidad! ¡Fraternidad! No basta con repetir la palabra… Para que el mundo venga a nosotros, como lo hizo al principio, debemos mostrarle un corazón fraternal. Es la fraternidad del amor la que le emocionará, no la de la guillotina.
[…]
“La fraternidad o la muerte” dijo más tarde el Terror. Aún más fraternidad de esclavos. ¿Por qué sumar a ello, con atroz burla, el santo nombre de la libertad?
Hermanos que se alejan, que palidecen al mirarse de frente, que avanzan, que apartan una mano muerta y helada… Odioso y chocante espectáculo. si algo debe ser libre es el sentimiento fraternal.
Y uno vuelve a preguntarse si hay mejor forma de expresar lo que ciertas derivas y determinadas situaciones le llevan a sentir. Y se responde que no, que ya está dicho y bien dicho. Que lo que hace falta si cabe es que lo aplique quien tenga que aplicarlo. Que lo entienda quien tenga que entenderlo. Por desgracia, en el caso anterior sólo hubo una forma de hacerlo. Que le pregunten a Robespierre…
y mañana hablaremos del de Oteiza
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