publicado en diario de noticias de álava
este pasado lunes 23 se produjo en las Juntas Generales de ílava un curioso debate. Un debate cuyo resultado tiene, al menos para mí, un resultado agridulce. Comenzaba todo por una propuesta del PNV para conceder la medalla de ílava a los alcaldes de La Puebla de Arganzón y de Condado de Treviño y culminaba con una sinfonía del desencuentro. Me preocupa el tema de Treviño, porque como alavés de nacimiento me toca muy de cerca y como ciudadano castellano leonés del municipio burgalés de La Puebla de Arganzón me toca los… bueno, creo que se me entiende.
Los ciudadanos tienen la impresión, o al menos así la expresan con frecuencia, de que los políticos tienen entre sus habilidades primordiales la de ponerse medallas. Bueno, los políticos y muchos otros. No seré yo quien diga que los alcaldes en cuestión no hayan dedicado tiempo y esfuerzos a tan noble tarea, cosa que, por otra parte, es su obligación y su compromiso con quienes les votaron.
Pero es que en este tema hablamos de una situación enquistada desde hace años. Una situación en la que la realidad y el sentido común se apoyan además en la voluntad democrática de los ciudadanos del enclave, que sufrimos en carne propia los daños “colaterales” del conflicto, especialmente quienes por coherencia o por necesidad somos legalmente ciudadanos del enclave. Y mientras tanto, la totalidad de la clase política, de la alavesa, de la castellana, de la vasca y de la española, de los partidos abertzales, de los españolistas, de los de izquierdas y de los de derechas, todos sin exclusión han demostrado incapacidad e insolvencia para solucionar el problema. Puestos a dar medallas, los héroes reales son aquellos que diariamente viven su esperanza y padecen su realidad.
La propuesta por elevación del PSE, dársela a todos los alcaldes alaveses, y además a los del enclave, no dejaba de ser ingeniosa. Pero tampoco es muy serio hacer bromas con estos temas. En esto de las medallas creo que es importante distinguir el mérito de la obligación, el heroísmo del deber. Porque puestos a elevar el listón podríamos proponer por ejemplo, que todos los asistentes al próximo Araba Euskaraz que se celebre en el enclave reciban, junto con la entrada al recinto, la medalla de ílava. Si llueve podrían bastarnos diez o quince mil.
Pero, bromas aparte, hasta donde yo llego, suele haber un paso previo a que te den una medalla: haber llegado a algún sitio. Por eso, en el tema de Treviño la cosa es aún más chocante. Porque me pregunto yo, ¿es que ha terminado algo?¿es que alguien ha conseguido algo? Esto es como parar una carrera a la mitad y ponerse a dar medallas sin saber aún quién va a llegar a la meta y quién no.
La plataforma UDA, por desgracia o porque la vida es así, sí que parece haber cubierto un ciclo. Yo no veía mal por tanto que, no queriendo molestar ni menospreciar a los alcaldes, y comprendiendo la urgencia de dar medallas, hubiese sido procedente premiar una labor que ha supuesto un auténtico revulsivo para la reactivación del proceso de resolución del contencioso. Una labor en la que confluyeron gentes de distintas formaciones, de distintas sensibilidades pero con un mismo objetivo, legalizar la realidad.
Pero no pudo ser y no hubo medallas para nadie. En cierto modo no puedo negar que me alegro. Y es que la ciudadanía del enclave empieza a ver con escepticismo, cuando no con otros sentimientos menos confesables, que nuestro servicio más preciado como ciudadanos del enclave no sea otro que el de las fotos y las medallas. Y nosotros pedimos, reclamamos, necesitamos algo mucho más barato, mucho más callado: soluciones. Ni parches, ni apaños.
A los representantes institucionales o políticos más les valdría concentrarse en trabajar y dejar las medallas para cuando la tarea esté hecha. Para mí en particular, que resido en el enclave y que soy ciudadano de pleno derecho del mismo (salvo en la parte que me toca de elegir la provincia en la que habito), la única medalla que espero de ílava es que mi condición de alavés sea reconocida legal y administrativamente. Hasta entonces no tengo mucho que celebrar, y, puestos a reconocer, lo único que puedo reconocer es que la cuestión no avanza como muchos quisiéramos.
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