Desde que me regalaron mi fastuoso escaner para negativos y diapositivas me he impuesto la árdua tarea de digitalizar mis fondos fotográficos. De momento estoy en la fase digamos mecánica. Voy positivando todo y colocándolo en carpetas. Luego me tocará la parte histórica, esto es, llegar lo más lejos posible en la identificación de lugares, fechas y personas. Es un trabajo lento pero gratificante, aunque a veces tenga un punto de desconcertante. De pronto aparecen ante tus ojos imágenes de tu pasado, recuerdos que pelean con la imagen recordada, y hasta momentos que ya casi ni recordabas.
Es un ejercicio que todos debiéramos hacer de vez en cuando, la arqueología de la propia memoria, la reconstrucción de la propia biografía. Es también una especie de homenaje. al hacerlo te das cuenta de lo sensato de esos pueblos indígenas que se niegan a ser fotografiados porque piensan que pierden parte de su alma. Cuando ves las fotos y reconoces rostros que ya no verás nunca te das cuenta de que algo de alma se quedó para siempre pegada al acetatato entre partículas de plata oxidada. Ver sus ojos, sus miradas, te devuelve su voz y su presencia, te los devuelve a ellos por un instante.
Y es que a partir de ese instante, ya no miras tu disco duro externo como una porción de materia inerte. No. Ahora además de moverse cuando lo conectas es un algo parecido a una prolongación de tu memoria, un monumento a tu pasado y, siendo positivo, un acicate para seguir caminando hacia tu futuro…
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