Vivo a unos 20 km de Gasteiz, ciudad en la que desarrollo la práctica totalidad de mi vida social, laboral, y en parte incluso familiar. Diariamente me desplazo a la capital, y lo hago, siempre que puedo, utilizando el tren. Cuando no lo hago, tengo oportunidad de contemplar el tráfico de vehículos por carretera, el de mercancías, las obras de amplicación de las carreteras, la creación de nuevos carriles.
Cuando llego a Gasteiz, si lo hago en coche, mientras doy una y otra vuelta para aparcar mi vehículo, mientras luego voy a pie desde el lejano rincón donde por fin he encontrado un sitio, suelo pensar, más que pensar, suelo soñar con una manera de hacer las cosas que predique aquello del trasporte sostenible, de la movilidad responsable, con el ejemplo, con la práctica. Porque uno tiene la impresión de que sobran estudios y folletos, pero faltan decisiones, porque más aún en el caso de Vitoria, ahora mismo hay oportunidades.
Vitoria está en el centro geométrico de un eje ferroviario que comunica toda la llanada y algo más, desde Alsasua hasta Miranda. Este eje, comunica a su vez todos los principales focos de población de la llamada ahora ílava central (Miranda Rivabellosa, Armiñón, La Puebla, Nanclares, Alegría, Agurain, Asparrena, etc.), y además transita junto a la práctica totalidad de los polígonos industriales que van poblando la “Explanada” alavesa.
La tan cacareada operación de soterramiento del ferrocarril en Gasteiz, que supone en definitiva su desvío, y su conexión con la futura red de alta velocidad, libera un espacio que Vitoria debe asumir como espacio de oportunidad. Pero oportunidad para qué, ¿para obtener unas suculentas plusvalías sembrando de pisos de alto estanding los huecos liberados?, o más bien deberíamos plantearla en términos de oportunidad no sólo de la ciudad, sino incluso de todo el ílava central.
No voy a hacer aquí más que un esbozo, otro día volveré con más tiempo, pero se trataría de algo tan sencillo como la utilización del corredor liberado como un espacio de comunicación peatonal, de bicicletas o patines, y combinado todo ello con un tranvía ligero. Un nuevo y gran boulevard sin tráfico rodado, conectado en sus extremos al ferrocarril, y en su parte central al otro eje de comunicación, el tranvía ligero que corta la ciudad en dirección noroeste sureste.
Es posiblemente la solución más rentable, la que menos movimientos de tierra exige, la que más eficientemente gestiona la relación del sistema de trasporte público dentro de la capital y en las relaciones de ésta con su entorno, la que más puede aportar a suturar la cicatriz que ahora ofrece el trazado ferroviario. Una solución que no anula la posibilidad de construir, viviendas, oficinas, y hasta espacios culturales o de convivencia, que parece que siempre se nos olvidan.
En este, como en muchos otros casos, la clave local es curiosamente la necesidad de ampliar horizontes, y de hacerlo en varias vertientes, la espacial, la temporal, y lo que es más importante en la mental.
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