Hablaba ayer con un paisano. Una de esas conversaciones de barra de bar, con las que tanto se aprende, aunque sea por defecto. Derivó la conversación en el tema de la inmigración. Según me decía mi interlocutor tenemos que hacer algo porque si no nos van a pasar por encima.
Era y es a su juicio una injusticia que “los de aquí las pasemos putas”, (perdón por la expresión pero es lo que tienen las barras de los bares y el lenguaje), mientras que todos estos que vienen y roban y son vagos y maleantes, tienen pisos que les pone el ayuntamiento y se llevan nuestros dineros en ayudas sociales. Y es que claro, mi interlocutor había ido una vez a solicitar una de esas ayudas y no se la habían dado. Pero a los otros si, porque todo era para ellos. Le pregunté yo la razón con la que se la habían negado, y despues de varias vueltas me reconoció al final que se pasaba en 120.000 pelas de la renta marcada. Bueno, eso es una razón.
Pero lo más gracioso fue cuando en plan despedida conciliadora le dije yo… De todas formas, no hay que tener tanto miedo, Vitoria ha demostrado con creces cómo se puede acoger a tres veces su población en apenas cincuenta años, y tampoco vivimos en el caos. “Ya” me contestó, “pero es que éramos españoles, no como ahora”. Me callé por no decirle lo que pensaba, así que al viento se lo digo ahora que no me oye nadie.
¿Que más dará? La gente tiende a apropiarse de la identidad de los sitios a donde emigra, y lo hace con tal entusiasmo, que son los primeros en levantar barricadas cuando nuevos inmigrantes pretenden asaltar su fortaleza adquirida. Yo entiendo que si fuimos capaces de absorver, de acoger, de crear una ciudad los de dentro y los de fuera, estamos hablando de una carrera que no ha terminado, estamos hablando de un proceso (y este si que es un proceso realmente importante) que no ha terminado ni terminará mientras la riqueza que se genera en un punto del planeta lleve siempre aparejada la pobreza de otros muchos.
Los sacos sirven para muchas cosas, pero usar uno muy grande para meter a todo un universo de proyectos vitales, de aventuras personales y de apuestas familiares no es, desde luego, el mejor uso de un saco.
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