Desconsuelo vengativo

Hay venganzas cuyo placer no depende tanto de la temperatura del plato en que se sirven como de la relación entre el daño propio o colateral en todo caso y el daño inferido a la parte vengable. Por poner un ejemplo concreto. No es ni inteligente ni placentero en exceso vengarse de alguien a quien repugna la sangre cortándose las venas junto a él para salpicarle. Uno corre incluso el riesgo de no disfrutar de su venganza mucho más allá de sus propios estertores.

Algo de esto me está pasando estos dí­as a mi con una de mis particulares obsesiones… el ruido de la construcción. Tras haber aguantado obras varias enfrente al lado y bajo mi, tras haber soportado estoicamente desde el ruido de los martillos neumáticos hasta el molestí­simo pitido de las máquinas marcha atrás, tras todo ello y con la interrupción de agosto, ha llegado mi turno. ¡Por fin soy el dueño del ruido de mi calle! ¡de una vez por todas soy el que sufraga a los gallos de la piqueta el martillo neumático y la rotaflex!

Todas las mañanas oigo con una maléfica sonrisa como el dumper avanza traqueteando desde el fondo de la calle hasta mi casa. Viene golpe a golpe de pistón rompiendo el bucólico silencio del alba cambiando su sonido a medias con Dopler. Para frente a mi portal y tras una breve pausa y unos timidos golpeteos de martillo y cincel, como para ir calentando, rompe al fin en una sinfoní­a de cascotes cayendo, puntero destrozando y mecanismo accionando de forma rí­tmica y ruidosa el metálico cabezal.

Se acabó el sueño de mis vecinos. Su paz vuela como un ladrillo más hecho girones de barro cocido y cementado. Su tranquilidad deviene una ilusión, una quimera, una utopí­a inalcanzable. Seguramente en ese punto empiezan mis vecinos sus evocaciones y repasan sigilosamente la lista de mis ancestros. Mi madre ya me ha comentado que desde hace unos dí­as, a eso de las ocho de la mañana, nota un intenso pitido en la parte interna de su oido. Ya le he dicho que no se preocupe, que serán probablemente mis vecinos, los que vieron hace tiempo terminar sus obras.

En fin, qu todo serí­a idí­lico si no fuese por un pequeño detalle que me lleva al desconsuelo. Soy, se mire com se mire, el que más cerca vive del ruido. Soy por tanto el primero en buscar ancestros ajenos que evocar, y el único en terminar por reconocerlos como propios. Soy el que tiene la impresión de estar haciendo como el ejemplo que poní­a al empezar. La sangre de mis venas riega mi venganza mientras se lleva de paso mi vida…

Eso sí­, cuando todo acabe, la casa será bonita y la calle habrá salido ganando también.

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