publicado en diario de noticias de álava y en el correo español
Martes 4 de abril. Diez menos cuarto de la noche. Tras una breve carrera por la calle Dato, llego a la estación. Mi objetivo, volver a casa. Una taquilla ocupada, la otra vacía. Llega el tren. Subo las escaleras que dan acceso al andén. Hora de salida, 21.50. El caso es que… llegando a la última escalera veo cómo el tren arranca. Miro mi reloj. Las 21.46, digo huyyy, qué raro. Pregunto a un revisor que andaba por ahí y me dice… ¿pero no te ha dicho nadie nada?; ¿de qué?, digo yo; de la huelga; huelga, ¿qué huelga? La huelga fantasma, me digo yo.
¡Y yo que pensaba que las huelgas se hacían para que tuviesen trascendencia y generasen simpatías entre los trabajadores y obligasen a la empresa a solucionar situaciones injustas! Pero hete aquí que la huelga de marras ni está anunciada, ni nadie sabe de su existencia, ni los empleados de Renfe te informan en el trayecto de ida que ojo con la vuelta, ni hay cartel alguno visible, ni nada de nada. Eso sí. Ese tren era el último que me llevaba a mi casa.
La huelga me llevó a casa de mis padres. Menos mal. Porque en otro caso… ¿quién me paga el taxi, o el hotel? ¿Renfe, Adif, el sindicato de circulación ferroviaria o quién? En fin, que va uno, se porta de forma responsable, utiliza el transporte público, y acaba durmiendo por sorpresa y sin previo aviso en casa de sus padres sin saber muy bien por qué, porque ni siquiera los huelguistas se molestan en explicarlo. Muchas gracias por todo. Â
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