Así decía una canción de los Nikis, los Ramones de Algete, que tiene ya varios lustros. Lo cierto es que me ha venido a la cabeza después de tanto tiempo, y todo por un Ernesto que más que tener un problema lo es, el huracán Ernesto.
Todo el día llevo oyendo y leyendo sobre el tal Ernesto, y tengo la impresión de que esta saturación informativa responde a dos razones.
La primera es que por estas fechas se cumple el aniversario de otro afamado huracán, el katrina, que debe su fama a haber dejado tan hundida Nueva Orleans como la credibilidad de los EE.UU. Espeicalmente en lo que se refiere a su capacidad como sociedad para dar respuesta a este tipo de situaciones en su propio territorio y con su propia gente (aunque fuesen negros).
La segunda es que el tal Ernesto, cuyo paso por cuba no fue tan noticiable según parece, ha tenido la audacia de dirigirse a los EE.UU., clara, y eso sí que empieza a ser noticia.
A mi todo esto me produce una confusa reflexión. A nadie le gustan las tragedias, pero parece que algunos entienden que el concepto tragedia está ligado a la geografía. En un mundo azotado, como siempre, por catástrofes naturales, a mi me preocupan más las catástrofes artificiales, y de esas los EE.UU. si que tienen mucho que decir. Porque las naturales, ocurren aquí y allá, pueden prevenirse o incluso disminuir sus efectos, pero no evitarse. Pero las otras son creación exclusiva de los humanos, y por tanto, desde una óptica puramente natural, evitables.
Una segunda reflexión me mueve al pesimismo, o en el mejor de los casos al escepticismo. Y es que en casos como éste, en los que los medios callan o agrandan una u otra calamidad en función de a quien azote, queda patente de forma desgraciadamente evidente, que todo aquello de la revolución informativa que iba a venir primero de la mano del vídeo y ahora de la de internet, no eran más que esperanzas de cambio que, como en muchos otros campos, nunca llegaron a pasar de eso, de esperanza.
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