En la vida diaria, a menudo, juzgamos a la gente por su capacidad para saber ganar y saber perder. Lo hemos sufrido en el mus, en el futbol, en la empresa, en la política, en la vida. Lo hemos sufrido y lo hemos disfrutado. Porque a veces es más sencillo apreciar las cosas por oposición.
Así, cuando uno se topa con alguien elegante en la victoria, y honesto en la derrota, es cuando es más consciente de la enorme frecuencia con la que el que gana se jacta de ello y lo disfruta humillando al vencido, y cuando pierde, mira hacia todos los lados menos hacia si mismo.
De los malos ganadores encontramos muestras que van desde el bar a los gobiernos, desde la cadena hasta los despachos de los consejos de administración.
De los malos perdedores también. Y si no ahí están los periódicos para recordárnoslo. Unos y otros se alimentan mutuamente, se crecen y se justifican. El ganador humilla a los perdedores convencido de que no saben aceptar su derrota, y es que claro, con los mismos argumentos, los perdedores se revuelven, acusan y protestan.
Existe sin embargo un tipo especial de perdedor. El que no sólo no asume ni acepta su derrota, sino que además, la ignora. Es el paciente perdedor, el que movido por no se sabe bien que iluminación profética y hasta metafísica, considera cada derrota como poco más que un paso adelante en su camino hacia la victoria. Estos son los más dañinos, los más hortelanos.
Las organizaciones humanas, se basan, como casi todo en la naturaleza, en dos grandes fuerzas, la fuerza y la fuerza. La razón es sólo un argumento con el que aplicar la fuerza, aún cuando sea la fuerza de la razón. Y hay quien no renuncia a su victoria ni siquiera cuando siente sobre su cabeza el peso de la derrota. Lejos de colaborar, lejos de participar, ausente la posibilidad de comprender o aprender, más allá de lo estratégico, su permanencia en la organización sólo tiene un objetivo, alcanzar la victoria, su victoria, y hasta entonces, apoyarse en la pared a esperar mientras distraidamente el pie busca la zancadilla ajena.
Es triste reconocerlo, pero con este tipo de derrotados sólo vale aquello que pueda conseguir evidenciar la relación de fuerzas de tal forma que ni el más convencido derrotado pueda negarse a darse cuenta de que lo es. Me decía un amigo, que los héroes dejan sobrinos, pero pocos hijos, y añado yo, que según en que ocasiones, la nómina de derrotados cuenta con muchos que no remataron sus victorias.
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