Los profesores están preocupados por la creciente agresividad y falta de respeto de sus estudiantes. La sociedad está preocupada por la preocupación de sus docentes. Los estudiantes están preocupados por la última generación de video juegos, el botellón, y el tunning.
Y algunos estamos preocupados porque todas estas preocupaciones coincidan en el tiempo y el espacio. Más que nada porque es en ese tiempo y ese espacio en el que nos ha tocado vivir.
No negaré que siempre he sido un pedagogiescéptico, valga el palabro. Quiero decir que he observado con preocupación, no exenta de escepticismo, las contínuas operaciones de modificación de los sistemas escolares y las justificaciones pedagógicas en las que se han asentado. Y constato, según pasa el tiempo, que parte de razón no le faltaba a mi escepticismo.
El sistema educativo necesita efectivamente una gran reforma, una reforma que lo devuelva a la sociedad de la que forma parte, la de verdad, y abandonde esa ruta por la que circula, de forma inexorable, dando la espalda a la realidad.
No es lógico que, en un entorno en el que el trabajo abandona su política de género, y trabaja ella, y trabaja él, sean los abuelos los encargados de dejar y recoger a los niños, que disfrutan además de periodos vacacionales que para si los quisieran el comun de los “currelas”. Es vital reconducir el sistema educativo a su faceta asistencial, y hágase esto de manera que sirva incluso para descargar de tensión a los docentes, mediante plantillas mixtas docentes y asistenciales.
Reconsiderese el papel del sistema en la sociedad, y la manera en que debe preparar a los jóvenes a integrarse en ella. Está bien hablar de valores, pero hay que enseñar a defenderlos. Está bien minimizar impactos, con cada vez más extensos periodos de adaptación, pero no nos olvidemos, cuando nuestros hijos se enfrenten a la vida, no tendrán tiempo de adaptarse. De adaptarse a un mundo en el que lo negemos o no, existen las jerarquías, existen las imposiciones, existe el dinero, y nuestra obligación de ganarlo. Compatibilizar todo eso con una educación en valores es apostar por cambiar el mundo, pero olvidarse del mundo real al que nos enfrentamos, al que se enfrentarán, es una manera segura de perpetuarlo.
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