Con cierta frecuencia asistimos a la noticia del cierre de un comercio centenario. Yo supongo que según vaya pasando el tiempo, cada vez asistiremos menos a este tipo de noticias, simplemente no quedarán ya ese tipo de comercios.
La cuestión se plantea siempre en parecidos términos. Es una lástima, algo de nuestra infancia se va con ese comercio, algo de nuestra historia desaparece, la ciudad pierde sus señas de identidad, y todo ese tipo de argumentos más emotivos que razonados. Y esque no nos olvidemos, lo que cierra es un comercio, esto es, una actividad económica. Y Mucho más que eso, me dirán algunos. Si, pero fundamentalmente eso, responderé yo.
Un comercio tiene sentido porque vende, por que comercia, lo contrario puede ser un museo, puede ser una fundación, puede ser una ong, pero no es un comercio. Y esque en casos como estos, muchos reconocemos en el susdicho comercio huellas de nuestros recuerdos, pero si nos ponemos a intentar recordar la última vez que le dimos utilidad, la útlima vez que compramos algo en ese comercio, nuestro recuerdo vuela por la noche de los tiempos y muchas veces ni siquiera encuentra un sitio donde aterrizar. Y claro, con clientes como nosotros, nos extraña y nos sorprende que el negocio cierre.
Yo estoy de acuerdo en que hay comercios que no deberían cerrar nunca, pero tengo la impresión de que la solución real no pasa por lamentarse, sino por actuar en positivo, y esto pasa, inevitablemente por crear una nueva categoría de bien cultural, de bien social, el patrimonio comercial. Pero en estos casos deberían ser los propios poderes públicos los que costeasen el mantenimiento de estos locales, los que los convirtiesen en algo parecido a un museo, los que buscasen fórmulas de rentabilidad turística, educativa, y por qué no, incluso comercial.
Lo demás es llorar por llorar, lamentarse y ser culpable a la vez, y así, generalmente no se solucionan las cosas.
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