Decían los estoicos que ha de buscarse siempre algo positivo, algo útil, aún en las condiciones más adversas. Y a veces no cuesta mucho esfuerzo hacerlo. Me refiero a ser capaz de disfrutar o de aprender en la adversidad.
Esta mañana he sufrido, como muchos otros días, el problema de los no residentes que trabajamos en el centro de Vitoria Gasteiz, y que trabajamos para destinar nuestros ingresos a nuestra familia, no a la de los propietarios de parkings o guardacoches. Y el problema es tan simple como colocar nuestro vehículo fuera del alacance de las zonas OTA y a una distancia prudencial de nuestro lugar de trabajo.
Desde que se clausuró el aparcamiento de la plaza de toros, tenemos colonizada la zona universitaria, la ciudad jardín, corazonistas, y cada vez avanzamos más hacia mendizorroza. Eso sí, lo hacemos quemando hicrodarburos y paciencia en varias vueltas de intentos valdíos.
Hasta aquí la parte oscura, de aquí en adelante la positiva. Hoy he aparcado en el Batán, y he aprovechado para caminar por la senda hasta el centro de Gasteiz. Ha sido una experiencia gratificante, muy gratificante, de esas que convierten un desplazamiento en un paseo, de esos paseos que te trasportan más allá de donde te llevan tus pasos. Gracias a la pésima gestión del aparcamiento en esta ciudad, he disfrutado de este pequeño Neguri vitoriano. De las mansiones y palacios que adornan el paseo, de los grandes castaños, de aquellos edificios en los que jugué de niño y que ahora albergan prestigiosas instituciones. En definitiva, de un paisaje urbano que hoy sería irrealizable, que demuestra que la habitabilidad de una vía no es cuestión de los metros que tenga de ancha, sino de otras muchas cosas.
He soñado con aquellos días de cofia y delantal, de puertas de servicio, de aristocracia culta y afrancesada, de familias del país venidas a más, y luego a menos, de familias a las que la industrialización aupó a lo más alto y otras muchas razones, endógenas y exógenas llevó a la desaparición y a la ruina…
He despertado en el centro de Vitoria, con una sensación agridulce, la de ciudadano enojado por la nefasta gestión de eso que ahora llamamos movilidad, pero también la de adulto trasportado a un universo de recuerdos. Volveré a retomar la práctica del paseo, pero espero hacerlo por propia iniciativa, no forzado por la ineptitud ajena.
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