Publicado en Diario de Noticias (2006/12/17)Â
Ayer cayó en mis manos, previo pago de su importe, claro está, un libro. Los Vascos, de Wilhelm von Humboldt, escrito en 1801. No voy a decir que me lo haya leido en 24 horas, pero si que lo he ojeado y me he detenido especialmente en el capítulo que titula Vitoria y que dedica a ílava.
No voy a hacer una crítica del libro, pero si que quiero reflexionar, de forma desordenada, sobre algunas cuestiones que este vistazo que me ha planteado.
Resulta curioso que allá por 1801, un viajero germánico perciba y aprecie una “identidad nacional” de los vascos a uno y otro lado de los pirineos que, según los grandes historiadores del españolismo, no debiera existir, ya que fue inventada por un Sabino Arana que nació 64 años más tarde.
Pero acercándome al tema de la visión de ílava, un rápido vistazo me ha hecho reflexionar sobre los tópicos y los estereotipos, y sobre la aplicación de estos a lo alavés y a lo vasco en general.Â
En al menos dos ocasiones habla el autor, un tanto despectivamente del solar alavés en comparación con las zonas más tópicamente vascas. “Paisaje llano e insignificante”, “Regiones mucho menos hermosas que la costa”, y provincia que por ser llana y limítrofe con Castilla “ha conservado mucho menos peculiaridad vasca”.
No se trata de sentirse herido, insultado o molesto. Pero si de reflexionar en positivo. En días como estos, en los que asistimos al enconado intento de algunos por negar lo evidente en casos como el de Veleia, me hubiese encantado que Humboldt viviese. Posiblemente hubiese sido más ágil y abierto que otros a la hora de retomar sus consideraciones y lo hubiese hecho además con sumo gusto y agrado al conocer esos ostraka euskaldunes del siglo III o IV en pleno corazón de la vasconia romanizada.
Quizás le hubiesen ayudado a reformular ese tópico romántico del vasco de monte y caserío, de hacha y buey, y comprender lo diverso de lo vasco, y lo vasco de lo alavés.
Nadie negará lo presente que está en nuestro inconsciente de esa iconografía vasca de postal, pero mal haremos por el país, si no disfrutamos como vascos los paisajes cambiantes de Araba, sus llanuras, sus montañas, sus campos de cereal y hasta sus viñedos y olivos.
Visitar la Rioja Alavesa en estas fechas es un auténtico deleite para cualquier ojo sensible, y el placer es mayor aún cuando asumimos como parte de nuestra identidad lo que vemos. Atravesar Treviño, transitar por la montaña, o recorrer los valles del suroeste alavés es enriquecer nuestro concepto de nosotros mismos.
El orgullo de sentirse alavés no es incompatible con el de sentirse vasco, ni lo contrario. El querer aparecer como vasco nunca debe implicar acomplejarse por ser alavés. Yo disfruto viendo el mar, el cantábrico, y lo asumo como propio. Tan propio como cuando contemplo los mares de espigas en ílava, los lagos de uva, o los campos de patata y remolacha rodeados de montes y surcados por ríos. Ese es mi país, “del Ebro hasta el Adour”.
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Por el bien de todos deberíamos dejar que personajes históricos del del siglo XIX impongan limites al crecimiento de nuestra personalidad y en general a una sociedad 200 años mas adelantada, con retos que ni siquiera ellos podían imaginar.
Si hay que vivr influenciado por lo que dijo/hizo un romantico aleman del siglo XIX, elijamos por la universalidad de su obra a Beethoven o a Marx.
Mejor aún:
¡¡Liberémenos todos de “su” pasado “romantico”!!
(desde Humboldt hasta W.Irving)
¡¡Agarrémonos todos a un futuro de “ciencia ficción”!!
Bien dicho! Gora Araba eta gora Euskal Herria!