Dentro de pocos días cerrará Hueto. Como ya he comentado en otras ocasiones, cuando cierra uno de estos comercios antiguos, cierra también un espacio de recuerdos, algo de todos se va. Ya dije en su día, que habría que aplicar técnicas imaginativas si realmente queremos evitar esta sangría de nuestra “memoria comercial”. Aunque también he tenido siempre claro que parte de la responsabilidad es de todos.
Uno recuerda aquellos huesos de santo, y sobre todo, aquel caramelo, y el olor, ese olor a pastelería. Cuando yo era pequeño, el tópico identificaba a Vitoria con curas y militares, pero Vitoria tenía otra seña de identidad que propios y extraños admiraban, sus pastelerías. Y una de ellas, inevitablemente, era Hueto.
Lo que ocurre es que lo bueno es caro, y que estos comercios que todos recordamos, hace mucho tiempo que no visitamos, y claro, el comercio vive de comerciar, y los museos o los “espacios temáticos” viven de sus visitas y de su merchandising. Así pues, si relamente queremos conservar como ciudad aquellos comercios que nos vieron crecer, y que hoy son más museos que comercios, sólo hay una vía, hacerlos públicos, sufragarlos con cargo a la comunidad. Y no se trata de perder dinero, sino de gestionar un bien público, de hacerlo con criterios de rentabilidad social, y buscar en definitiva asegurar que nuestro patrimonio cultural sobreviva más allá de las leyes del mercado.
Creamos sociedades públicas para gestionar el suelo, para gestionar los autobuses, el agua, la rehabilitación de las viviendas. Son públicos los museos, los teatros, incluso algunas instalaciones deportivas. Visto así, ¿por qué no podría existir algo parecido a una sociedad pública de comercio tradicional? Una sociedad que gestionase, revitalizase y por encima de todo evitase la desaparición de estos comercios, que generase una cierta imagen de marca y que se encargase de, ahora que vivimos un turismo creciente, crear una imagen de marca y hacerla rentable.
Pero bueno, todo esto no pasa de ser un sueño de navidad, de esa dulce navidad que tantos años ha endulzado el turrón de yema de hueto, un sueño a cuyo despertar veremos la pastelería convertida en una nueva fábrica de caramelos, sólo que ahora en su envoltura habrá propaganda electoral…
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