Cuando era pequeño, y año tras año, un día como hoy mi abuelo me hacía la misma broma. Año tras año me quedaba asombrado y me preparaba para acompañarle.
Llegaba a la estación de tren el mítico señor con más ojos que días quedan de año. Mi mente infantil trataba de imaginar la antítesis del cíclope, una cara llena de ojos, un auténtico monstruo, un extraterrestre…
Luego aprendí a contar hasta dos, y aprendí a escuchar, analizar, pensar, y sólo entonces contestar.
Años como este que acaba, al que ya sólo quedan días en singular, pueden resumirse en la ausencia de aquello que aprendí, y no me refiero a contar hasta dos.
Aquí nadie escucha, apenas se oye, y se oye más que nada para esperar el turno para intervenir, para lanzar la intervención ya pensada sin suponer, que al igual que uno no escucha a los demás, los demás tampoco escucharán a uno. Eso sí, todo ello con educación, con corrección política, sin interrumpirse.
Y luego, por supuesto, todos hablamos de diálogo, de acercamiento de posturas, de generar o recuperar confianzas, y apenas somos capaces de oir a alguien que no seamos nosotros mismos, y en todo caso, al único que creemos es a nosotros, aunque mintamos.
Así sinceramente es dificil avanzar, es hasta imposible. Por eso, y al amparo del día de los deseos, de la noche de los propósitos, yo me atrevo a proponer, y no puedo menos que desear, que el año que empieza sea el año del diálogo, y siempre y cuando todos seamos capaces de entender que diálogo no es sucesión de monólogos, que comprender a alguien no es tolerarle mientras conseguimos que piense como nosotros, que buscar un punto común no es hacer más grande el nuestro, es crear uno nuevo.
Si todos ponemos algo de sentido común en todo esto, es hasta posible que avance el proceso, que solucionemos el conflicto, que hagamos ciudad entre todos, y si se me apura, hasta que cerremos de una vez el contencioso de Treviño.
Leave a Comment