Si veinte años no es nada, quince minutos es menos aún. Pero es tiempo suficiente para en silencio, al sol de invierno, en la plaza nueva, reflexionar sobre todo lo que está pasando estos días. Y habida cuenta de lo que está pasando y de lo que ha pasado antes, y de lo que puede presumirse que pasará, la verdad es que se hace difícil reflexionar, tan difícil como necesario.
Es difícil reflexionar porque esto tiene de todo menos lógica, y si la tiene es de todo menos precisamente lógica. Dentro de todo este jaleo, parte de la clave es que están chocando dos trenes que usan diferentes anchos de vía, y mecánicas absolutamente incompatibles. Los trenes en conflicto llevan en su mascarón de proa grabado a fuego su rótulos identificativos.
Uno es la lógica militar, el otro es la lógica política. De ética casi mejor ni hablamos en este asunto. Porque llegados al punto de encuentro, las consecuencias están claras, los trenes no se cruzan se golpean, y el daño de su choque salpica a terceros, a segundos y a primeros. Golpea sin más.
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