El ayuntamiento de Gasteiz promueve unos cursos de “risoterapia” cuya acogida es tan excelente que hay quien se queda sin poder aprender a reir.
Es un buen síntoma que la gente quiera aprender a reir. Es un mal síntoma que la gente se de cuenta de repente de que ya no se ríe, y que tenga que ir a clases para recuperar su risa.
Que reirse es bueno es evidente, sólo hay que ver la pena que dan esos personajes tensos, agarrotados, envarados que pueblan, entre otras, nuestra ciudad. Y es que a menudo se confunde la seriedad con la amargura, y parece que hay quien cree que no se puede ser responsable sin parecer un amargado.
La risa trasmite alegría, la contagia, relaja y ayuda a solventar dificultades. Reirse de todo es un buen ejercicio no sólo físico, sino por encima de todo, un buen ejercicio mental y social. Reirse de todo ayuda a relativizar, lo que no significa menospreciar ni insultar ni nada de eso. Significa únicamente ser capaz de ver lo rídículo de muchas de las cosas que nos parecen sagradas e intocables. Reirse de uno mismo es también útil y provechoso, porque indica capacidad de autocrítica, de encaje, y por consiguiente de mejora, de superación.
En fin, que ver a la gente reirse da gusto, tanto como lástima dan los amargados.
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