Vivimos en la era de la información, o al menos así nos presentan la era esta en la que vivimos. Lo que ocurre es que, como todo, tiene sus lagunas.
Y esque no se trata de sólo de poder enviar y recibir imágenes, textos, sonidos de forma inmediata y a cualquier punto del planeta, lo que está muy bien. Se trata de asumir la información como un derecho de los ciudadanos que genera el correspondiente deber u obligación en los poderes públicos, las empresas, y en general en todo aquel que presta servicios al ciudadano.
Hasta donde me ha enseñado la experiencia, todos somos capaces de disculpar, comprender, y hasta justificar lo que sea, siempre que se nos explique de manera conveniente en tiempo y forma. Pero lo que acostumbra a movernos a la irritación y a veces hasta la ira es que se nos mienta diciéndonos lo que no es, o que se nos engañe dándonos falsas esperanzas, o que directamente se nos ignore no diciéndonos nada.
Ejemplos de lo que digo hay muchos. Ver en los monitores de una estación de tren el mensaje intermitente de SALIDA INMINENTE de un tren que aún no ha llegado es chocante, como irritante es ver que la hora de llegada de ese tren que no aparece es, con retraso y todo, varios minutos anterior a la hora presente. Y por supuesto a nadie se le ocurre informar de las causas del retraso, ni indicar realmente el alcance de éste. Este ejemplo, insignificante si se quiere, es extrapolable a muchas cosas más importantes. Echemos un vistazo alrededor y sin salir de Gasteiz encontraremos abundantes ejemplos de cuestiones sobre las que se miente, se engaña, o simplemente se calla.
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