Me encantan los libros, cada vez más. Me gustan los libros como objeto, las ediciones cuidadas, las tapas duras. Pero hay una cosa que me gusta sobre manera de los libros, las sorpresas que encierran. El otro día mi padre me dejó un libro. He de reconocer que ni conocía al autor, ni había oido nunca hablar del libro. Ahora somos viejos conocidos, casí colegas diría yo, y en muchas cosas más cómplices que amigos.
Se titula El compromiso, lo escribió Serguey Dovlatov y lo publicó, previa traducción de Anna Alcorta, Ikusager.
Me lo he devorado en un par de días, y hace tiempo que no me encontraba con algo tan cercano. No es una novela al uso, eso es cierto, pero tiene una fuerza descomunal a la hora de contarte algo, de contarte a alguien. La estructura es igualmente curiosa, pero muy efectiva. Generalmente empezamos leyendo una noticia y a continuación asistimos a la fontanería, a las peripecias, a la historia cierta que se esconde tras de ella.
El protagonista es un periodista que trabaja en un periódico oficial, o sea en los únicos que existían, de la Unión Soviética, en Tallín, una mediana ciudad estona. El protagonista es un inteligente y resignado alcohólico que se mueve como pez en el vodka entre los curiosos vericuetos de un sistema de poder como el soviético. Bien pensado lo de menos es si es la URSS o el Vaticano. Lo que hace cercano al protagonista es esa habilidad para representar su papel, entre trago y trago, sin dejar nunca de aportar su gotita de escepticismo, su mar de infelicidad, pero eso sí, sin perder nunca el humor.
Serguey murió en Nueva York, tan borracho como cuando vivía en la URSS, y es que uno le supone en la cuna y bastión de la democracia y la libertad, comprobando como el problema no es el régimen comunista, el problema son las estructuras del poder y los mediocres que las sustentan.
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