Ayer, con gran fasto y boato, hasta casi con beato, se inauguró la exposición que conmemora el sexto centenario del canciller ayala. Más de uno se dirá que el hotel, aunque un poco vetusto, tampoco parece tan viejo. Pero lo que descubre esta exposición no es la historia de un proyecto hostelero, sino muchos y variados aspectos de un siglo hoy tan lejano como el XIV.
El acto estuvo en general bien planteado, las intervenciones no fueron excesivamente largas, y su contenido no contó con excesivas disgresiones, sino que se centró en la figura del Canciller y en cuestiones más bien históricas. El marco es de los que invitan a distraerse. Un enorme templo gótico que, aunque por fuera quedó bastante a medias, por dentro, y aún a pesar de mostrar partes de la decoración escultórica sin terminar se presenta en todo su esplendor. Tanta luz, tanta altura, tanto color invitan al disfrute y al devaneo con nuestros pensamientos.
El arpa sonó bien, aunque puestos a pedir, uno hubiese visto más adecuado algo más contextualizado con la época a la que nos estábamos trasladando, pero bueno, tendrá que ser así. La exposición, como es inevitable en estos casos, resultaba invisible. Este tipo de actos ya se sabe que son más para verse o para que te vean, pero casi nunca para ver. Son sólo la excusa del encuentro. Y lo cierto es que había mucha gente con quien encontrarse. Como diría el otro, el todo Vitoria y el todo Gasteiz.
Volveremos más tarde para verla con más tiempo, pero ciertamente apunta buenas maneras. Es historia, vista con buenos o malos ojos, historia. Para unos la protohistoria de la nación española, para otros un momento convulso en el que reinos y fronteras, fidelidades y traiciones eran cosa de familia, de una u otra familia, pero en general de pocas familias. Tiempos en los que era compatible matar y morir a golpe de maza, lanza o espada, con dejar tras un reguero de tinta obras líricas, históricas, técnicas, o de lo que fuese. Tiempos en los que se prácticaba el a dios rogando y en lo demás guerreando, concubinando, bastardeando, o lo que fueseando.
Tiempos curiosos en los que vivieron hombres y mujeres tan grandes y tan mediocres tan conocidos y tan desconocidos, tan sensibles y tan duros como los que hoy en día conocemos.
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