Hoy es primero de mayo, jornada de lucha obrera que ha terminado por devenir en más o menos folclórica, más o menos patética demostración de debilidad. Aquella legión, en tiempos famélica por el hambre y la opresión, es hoy famélica en efectivos, famélica en obreros, y opulenta en liberados sindicales.
Ya no desfilan las masas proletarias, ni se enfrentan con rabia desatada a los medios de represión del estado burgués. Entre otras cosas y sobre todo, porque el estado burgués les ha aburguesado. Los himnos, las banderas, los símbolos y lo que son algo más que símbolos son objetos de culto, de recuerdo o directamente marcas de consumo. Iconografía de pose más que de postura.
Vivimos todos mejor, y algunos más que mejor, pero todos tan contentos, con nuestras hipotecas, con nuestros suelditos, con nuestras ventanas a mundos irreales, tan deseados como inalcanzables para el común de los mortales. Y mientrás, la máquina del poder sigue avanzando paso a paso, recuperando el terreno que perdió hace ya décadas, cuando esos aburguesados se sentían a veces proletarios, y aún renunciando a revoluciones más amplias, más rotundas, se revelaban con fuerza, y arrancaban al poder sus cuotas de bienestar, y hasta las convertían en derechos.
Hoy son muchas las cosas que han cambiado. Muchas las que deben hacernos reflexionar sobre las izquierdas, sobre las rebeliones y las revoluciones, sobre la justicia y la solidaridad. Pero no son todas. Hay algo que sigue siendo cierto, aún cuando parezca olvidado, aun cuando aparente estar dormido, y es que el poder puede diluirse, puede disfrazarse, pero sigue basándose en un axioma, el beneficio de unos pocos se logra a costa del perjuicio de muchos, y la obligación de esos muchos no es otra que resistirse y revelarse.
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