Y con esto acabaremos el ciclo de balances electorales…
Los análisis más o menos parciales no son de gran utilidad si no somos capaces de extraer de ellos consecuencias de caracter más general.
Unas elecciones municipales como las que hemos vivido, arrojan resultados que son legibles en claves más o menos amplias, más o menos extensas en lo geográfico. Pero también nos permiten extraer una serie de reflexiones de caracter más general.
La primera de ellas tiene en gran medida que ver con la propia esencia del sistema. Con los vicios y desviaciones que su práctica introduce en su propia esencia. El sistema de partidos, cuyo origen no es otro que el de ofrecer a los ciudadanos la posibilidad de aunar voluntades y visiones similares facilitando así las oportunidades para conseguir el poder suficiente para promover cambios o conservar lo ya establecido, resulta especialmente en este tipo de elecciones una maquinaria que a veces se preocupa más de su propia existencia y de los objetivos de sus líderes, que de las humildes y variadas realidades locales. Esto es algo que ha quedado de manifiesto en todos los niveles de la campaña. La información del estado nos mostraba a un Rajoy y un Zapatero empeñados en hablar de De Juana, de ANV, y que se yo de cuantos temas que, posiblemente al votante de Ecija le quedan mucho más lejos que el polideportivo de su pueblo. La información a nivel vasco mostraba una situación siilar, con gran énfasis en grandes temas, que si el conlficto, que si la mesa, que si los navajazos internos de uno y otro, pero, volviendo a lo mismo, en cada pueblo más de uno se preguntaba… ya, muy bien, pero ¿y de lo mío qué?
La persistencia en estas actitudes es el origen de varios fenómenos que concurren habitualmente a este tipo de comicios. En este caso, es posible que estén detrás del elevado nivel de abstención, y casi seguro que están detrás de la presencia en las instituciones de gran número de candidaturas independientes.
Ahora veremos una segunda entrega de este mismo asunto. Los pactos. Y es que claro, resulta muy complicado y en ocasiones inevitablemente traumático esta especie de cafe para todos que suponen las decisiones de las direcciones de los partidos. La variedad de nuestros municipios e instituciones, especialmente de los más pequeños, genera inevitablemente tensiones. Porque estas directrices se ven cuando no como una intromisión en lo propio, si al menos como un escollo a la hora de hacer lo que posiblemente fuese lo mejor para uno mismo, y que no necesariamente ha de coincidir con lo que es mejor para el municipio de al lado.
Hay quien habla de la conveniencia de volver a las listas abiertas para las municipales. Pero desgraciadamente, la experiencia de las pocas elecciones que usan este sistema, como las del Senado, indica que las maquinarias de los partidos unidas a la pereza y conformismo de la gente, hacen que las variaciones en uno u otro caso sean casi testimoniales.
Otra cosa sería plantearse seriamente la posibilidad de introducir cambios en el sistema electoral municipal. Cosas como un sistema presidencialista para la elección del alcalde, y una legislación más acorde con las realidades de los municipios con poblaciones inferiores a los cinco mil habitantes. Igual hasta llegar a prohibir que se presenten partidos, o subir hasta esa cifra el listón de las listas abiertas. No lo sé. Lo que si que tengo muy claro es que por un lado, la ley de paridad tal como se plantea hoy en día crea más problemas de los que resuelve, tal como escribiré con más tiempo, y el tema de las campañas requiere así mismo una reflexión muy detenida que lo racionalice.
Por lo demás, y en relación con el otro sin sentido de estas elecciones, y me refiero al tema de las ilegalizaciones electorales, desgraciadamente vamos a tener largos cuatro años para sufrir las consecuencias de este desatino.
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