Hay frases que son inherentes a las pancartas, igual que hay sentencias que uno lleva clavadas en la memoria auditiva, como aquellas de obrero despedido patron colgao, y alguna más. Pasan los tiempos los conflictos se transforman pero, evidentemente, al igual que la materia, no desaparecen.
Vuelve a renacer por nuestros lares el fantasma de la deslocalización. Y es que estas grandes multinacionales, a las que además de ciertas prebendas fiscales, urbanísticas y de otra índole damos medallas y hacemos homenajes lo tienen muy claro, y volvemos con las frases hechas… el mejor obrero es el obrero dormido. Pero a veces hasta los obreros, o digamos mejor los asalariados de buzo, tienen un mal despertar un día y van y revocan las componendas de su comité. Y la empresa, claro está, dice que esto no es bueno, que el siguiente modelo peligra, que los trabajadores se están subiendo a la parra, y que en otros lares no hay parras donde subirse. Y todos a temblar. Y a sacar el dedito acusador y a acusar a los de siempre.
Las cuerdas se rompen por el sitio más débil, es sabido. Pero algunos se empeñan en que el más débil sea siempre el mismo. Y mienten, y asustan, y en definitiva coaccionan. Y además lo hacen olvidando que hace pocas fechas hemos conocido sus beneficios, hemos sabido del incremente de productividad, hemos sabido del éxito de ventas. Y de repente nada de eso importa. Todo puede irse al traste por un quítame allá esas horas extras, por un ponme un poco más acá esa flexibilidad.
Beneficio, es la clave del asunto. Lo que ocurre es que a veces es conveniente preguntarse, ¿para quién?
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