Esto de las elecciones locales en tiempos de globalización tiene su miga. Va uno, se presenta en su pueblo donde todos se conocen, donde a veces las relaciones se marcan más por lo personal que por lo político, y de repente se ve compartiendo gobierno con quien menos se lo esperaba. Pero que se le va a hacer, los grandes acuerdos mandan y el deber es obedecer.
En otras ocasiones uno anda peleando en su pueblito para ser un humilde concejal, y de repente se ve combertido en llave de un tinglado importante. Vamos, que uno es de repente el cromo ese que todos ansiábamos encontrar en las matinales del domingo en la Plaza Nueva.
Los dirigentes se reunen y se acompañan de papeles indescifrables en los que cada unos es consciente de los cromos que puede cambiar y con quien, porque eso si, todos saben los cromos de cada uno, aquí no hay sorpresa que valga ni as en la manga, sólo sirve acertar.
En algunos casos el tema se tiñe además de paradojas de esas que tienen que ver con la memoria, y con los calentones verbales a que nos acostumbran los grandes políticos. Por ejemplo. Nos hemos hartado de oir que navarra será lo que los navarros decidan, y puede que así sea, pero resulta que Pamplona no. Esos serán lo que en algún lejano lugar se decida gracias en gran parte a lo que en algún oscuro lugar se decidió antes. Unos y otros hurtan a los pamploneses la posibilidad de cambio. Ellos sabrán por qué.
A mi me preocupa más lo que nos pase a los alaveses. Me preocupa más que lo que finalmente determine nuestro gobierno foral no sea tanto el programa de gobierno a aplicar estos cuatro años como el devenir de las conversaciones entre Zapatero y Rajoy, o el de las otras entre Imaz y Zapatero, o que se yo, hasta el futuro de la diputación gipuzkoana. Y otro tanto podría decir de algunos ayuntamientos de nuestra provincia cuyo alcalde para los próximos cuatro años se decidirá mañana y que se encuentran en parecidas tesituras.
Y es que siempre nos hinchamos de decir que el futuro lo debemos decidir nosotros, que algunos no tienen derecho a marcar la agenda o condicionar la política, y al final resulta que deciden otros y lo hacen además en base al guión que los innombrables marcan, habilitando o deshabilitando a su antojo los caminos a recorrer. Triste porvenir y peor presente.
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