Ayer, en Altasu, en el frontón Burunda, tuvo lugar la final escolar de Bertsolaris de Euskal Herria. Allí fuimos padres, amigos, medios, aficionados, tíos, primos y demás familia. Allí fueron 14 niños y niñas de 14 años o menos dispuestos a soñar con una txapela, y los demás a disfrutar y a sufrir, sobre todo a sufrir. Así que entre nervio y nervio uno siente la tentación de ponerse a pensar y son varias las reflexiones que experimenta.
Vaya por delante que Guillermo, mi hijo, no ganó, pero como dije en su día me llena de orgullo y satisfacción decir que quedó entre los seis mejores, cosa que en los anteriores 18 certámenes ningún alavés había conseguido. Bueno, eso y las buenas críticas que cosechó. (Iker Iriarte en Gara llega a decir “Behin entzunez gero, arabararra ez da erraz ahazten den bertsolaria”, o sea, que despues de oirle, el alavés es un bertsolari difícil de olvidar).
Pero volviendo a las reflexiones, la primera que es significativa es la del amor y la paciencia que demostramos las familias de estos niños, especialmente las del sur del país. Muchos de los presentes nada entienden de lo que cantan sus hijos, pero ahí están acompañándolos una y otra vez. Luego se dirá que no se ha avanzado mucho en la euskaldunización del país, pero mañanas como la de ayer demuestran que eso no es cierto. Como un caracol la lengua avanza despacio, generación a generación. Visto lo visto, cuando mi hijo acompañe a mi nieto si se da el caso, no tendrá el problema que tengo yo en parte y que mi padre tiene casi en absoluto.
La segunda reflexión es sobre el bertsolarismo en general, el auge que está tomando y la renovación que está viviendo. Lejos de aquella uniformidad de antaño, suben al escenario jóvenes de tribus diversas, con mundos diferentes, con distintos repertorios y experiencias que trasladan a sus letras. Eso es bueno, refuerza la lengua como modelo de expresión y el Bertso como soporte de creación. Sería bueno profundizar la labor pedagógica en la sociedad, extendiendo su conocimiento, y explicándolo incluso en castellano, para que todas esas familias lo comprendan y otras animen a sus hijos a practicarlo.
La tercera es la que más tiene que ver con el título, y por eso la dejo para el final. Es entrañable ver a estos críos peleando con sus rimas, pero hay veces que es inhumano. Sobre todo a estas edades. Porque uno es el padre del tenista, y su hijo permanece ahí, ausente frente al público, centrado en su oponente. Pero aquí, estos muchachos, se enfrentan a su mundo interior delante de todo el mundo, sin más defensa que un micro, sin más apoyo que sus piernas, y vive dios que es dificil pensar en público, crear en público. Es posible que ellos consigan aislarse, pero hay que ver lo mal que lo pasamos los que les acompañamos cuando las cosas no salen, cuando no fluyen los bertsos como debieran.
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