Publicado en Diario de Noticias de ílava el 8 de Julio de 2007Â
Hoy nuestro viaje por las ciudades visibles de Gasteiz nos lleva a la ciudad de las baldosas.
Cuando el viajero llega a la ciudad de las baldosas son varias las cosas que le sorprenden. Vaya por donde vaya, ya sea caminando, ya en bici, ya en coche o autobús, el viajero pisa numerosos tipos clases y colores de baldosas. En la ciudad de las baldosas el suelo es un muestrario y un museo. Hay baldosas antiguas, modernas, y hasta futuristas. Las hay de piedras de distintos colores, piedras que proceden de lejanos lugares, piedras caras y baratas (de estass últimas más bien pocas). Las hay que hacen dibujos, las hay más funcionales. Algunas resbalan, otras hacen sonar un repiqueteo cuando las transitan los troner, los carros de compra y cualesquiera cosa que tenga ruedas.
A menudo, sobre todo cuando llueve, el viajero pierde su vista en lugares más altos que el suelo, y llega incluso a olvidar que se encuentra en la ciudad de las baldosas. Gracias a dios, el viajero siempre encuentra una baldosa suelta que esconde bajo sí un pequeño lago, y que al ser pisada, la baldosa, se convierte en surtidor de agua sucia que moja a la vez que mancha zapatos y pantalones del viajero obligándole a volver a mirar al suelo y recordándole que, en la ciudad de las baldosas, las importantes son ellas.
Tanto lo son que hasta tienen un nutrido grupo de esclavos que sin descanso se encargan de fijarlas, y de reponerlas allá donde haga falta.
Y es que lo que más llama la atención del viajero es la gran cantidad de baldosas rotas que encuentra. Baldosas que sucumben al peso de los camiones y de los autobuses. Baldosas que no parece estén dispuestas a tanto peso como soportan, baldosas mutiladas que al viajero le recuerdan otra de las ciudades visitadas, la ciudad de las zanjas. Y piensa el viajero, que en esto de las baldosas debiera ajustarse más el concepto de diseño aplicado, esto es, la armonía entre el uso y la visión, entre la estética y la praxis, y no poner en tantos sitios lo que no puede soportar el uso al que se dedica. Eso tanto como prever que con seguridad habrá que abrir un día lo que ahora tapan las baldosas, dejando ya previsto el sitio por donde deban ir las zanjas cubierto con un material barato y reemplazable. Pero el viajero asume que no debe meterse en camisas de once varas, y que su misión es sólo decir lo que ve, no pretender cambiar las ciudades que visita.
Cuando el viajero abandona la ciudad de las baldosas se encuentra aún con una nueva dificultad. Debe superar las montañas que rodean la ciudad, y que son, en realidad, montañas de cascotes de baldosa.
[…] Esto de las baldosas está últimamente muy movido en Vitoria Gasteiz. Y nunca mejor dicho. Los vecinos protestan por las baldosas. En el ayuntamiento se habla de baldosas. La ciudadanía está cansada de lavar pantalones, zapatos y calcetines a cuenta de la combinación entre lluvias y baldosas, los periódicos y radios locales hablan, como no, de las baldosas, y hasta yo mismo escribí hace tiempo ya una ensoñación sobre Vitoria que se llamaba la ciudad de las baldosas. […]