Publicado en Diario de Noticias de ílava el 30 de julio de 2007Â
La ciudad de las bodas
La ciudad de las bodas no existe todo el año, ni siquiera existe días seguidos. El viajero debe acertar en fecha y lugar para poder observar esta ciudad que nace, vive y termina por confundirse con el resto de ciudades del planeta.
Cuando llega el verano, el viajero observa algunos días un especial trasiego de coches de los que bajan personas que por sus vestidos indican claramente lo que son, habitantes de la ciudad de las bodas. Lo que confunde al observador es, que si bien todos visten parecido, unos van a unos sitios y otros a otros.
Los periodos de transición en los que mudan las costumbres de los hombres producen estos fenómenos curiosos que el viajero percibe fácilmente. con idénticas ropas unos van al juzgado, otros al ayuntamiento y los hay que van a las iglesisas que habitualmente no visitan.
La ciudad de las bodas es un negocio, y es también un sueño. Sus habitantes se sueñan a si mismo como galanes, como doncellas, rescatan del armario trajes y corbatas, roban al escaparate vestidos y asaltan peluquerías en busca de la belleza. En la ciudad de las bodas la reina es la cámara. Todo se hace frente a ella o para ella, como si fuese imprescindible guardar para el futuro, para el despertar imágenes del sueño. Porque el sueño dura sólo unas horas, y luego termina como termina, sentado en un portal, o a las puertas de una discoteca, la corbata en el bolsillo y los tacones en la mano.
Cuando el viiajero abandona la ciudad de madrugada se cruza con una pareja que se aleja tambaleante de la ciudad de las bodas camino de su propia ciudad de la rutina.
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