Así rezaba una canción con la que muchos, entre los que me incluyo hemos crecido. Ayer, más empujado que valiente, cogí el autobús con Esther y nos fuimos a pasar la noche a Pamplona.
Durante el viaje de ida tuve ocasión de, mientras disfrutaba de un precioso atardecer en las peñas que rodean la Llanada, la Barranka y la Sakana, recordar otras excursiones hechas años antes, unas en San fermines y otras no. En el de de vuelta, pude también pensar sobre lo que había visto y vivido a lo largo de la noche.
Hace años tenía numerosos contactos con Pamplona. Conocía la ciudad, mi padrino y su familia vivían en ella, hice amigos pamplonicas en Vitoria, y en Madrid, y de mis amigos de Vitoria muchos tenían también conocidos en Pamplona que ensanchaban el círculo.
Cuando iba a coger el autobús, en la vieja estación de autobuses, un ahumado fresco representaba en la pared el mapa de euskalherria, y los puntos básicos de conexión eran Bilbao y Pamplona. Todo era vasco navarro entonces, y, gobernando quien gobernaba, no creo yo que fuese por inspiración sabiniana.
Ayer, cuando atravesábamos la sakana, no podía evitar preguntarme… ¿y alguien me dirá que esto no es vasco? bueno, vascon navarro, lo mismo da, hablamos de cultura.
Ya en Pamplona me sorprendió lo cambiada que encontré la ciudad, pero seguía en lo fundamental ahí. Plagada de turistas, plagada de extraños, pero firme en sus convicciones. Pamplona es Navarra, y eso, en esencia, guste o no, tenga correspondencia administrativo política o no, es equivalente a ser una parte de Euskal Herria. De esa Euskal Herria que como viene a decir Euskaltzaindia, no es sino la forma más adecuada, más directa y más exacta para referirse a los siete territorios en su conjunto, sin que ello tenga valor poítico alguno, más allá del de lo necesario que es a veces no ya razonar lo razonable, sino incluso de no irracionalizar lo razonable, añado yo.
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