Los hosteleros vitorianos han propuesto que las fiestas cambien de fecha. Dan muchos y altruistas motivos, pero en el fondo defienden básicamente uno, ganar más dinero. Se ve que a los pobres no les basta con subirnos los precios y esquilmarnos un poco a más a los mismos a los que nos han subido los precios y nos esquilman todo el año.
Es el mismo motivo por el que todos los años se descuelga este colectivo con alguna propuesta semejante. Unos años con adelantar el inicio al día 1, otros con ponerlas en día fijo para que siempre haya un fin de semana, otras con pedir que se alargue un día, que se yo, el caso es facturar.
Yo no dudo de que sean muchos y cuantiosos los impuestos y tasas que tienen que pagar, los directos y los indirectos, lease entre estos últimos multas y sanciones por estirar horarios pasarse en ruidos o jugar con el concepto de aforo elástico, cuestiones todas ellas relacionadas, una vez más con el objeto del negocio, facturar.
No voy a ser yo el que apele al sentimiento religioso y a la honra debida a la blanca. Tampoco soy de los que defiende la estabilidad de tradiciones que nunca han sido estables, ya sé que no sería la primera vez que las fiestas cambian de fecha. Lo que ocurre es que no me gusta cuando alguien intenta convencerme de que su beneficio es el mío.
Porque además, ocurren muchas cosas en torno a esta propuesta. Yo no creo que sean tantos los que se van. Lo que también es cierto es que precisamente los precios de los hosteleros hacen que a la postre sea más barato una semana a pensión completa en Benidorm que una tradicional jornada festiva con comida, potes, cena, copas y barracas. Y de eso no tiene la culpa el calendario ni el ayuntamiento.
Además eso de cambiar fechas colectivas por intereses económicos de parte, es todo empezar, para terminar poniendo las navidades en primavera que viene mejor a los del textil, la semana santa en época de nieves que viene mejor a las estaciones de esquí, y el día de año nuevo en agosto porque con el calor la gente se anima más a salir…
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