Cada vez falta menos para que celedón baje de la torre, y cruce la plaza. Habrán empezado las fiestas, como desde hace muchos años, un cuatro de agosto. Si fuese por los hosteleros ya llevaríamos unos cuantos días de fiestas, pero parece ser que su propuesta no ha tenido demasiado éxito. Bueno, siendo más claros, se puede decir que ha sido un completo fracaso. Y es que ya dije en su día que la cosa no parecía tener mucho fundamento.
Básicamente se basa en un absurdo. Si las fiestas coinciden con las vacacioens la gente se va. Entonces las adelantamos y la gente no se va. Bien pensado, si no fuese porque si la gente no puede irse porque no tiene vacaciones, pues generalmente tampoco está para muchas fiestas, y si hay que darle vacaciones pues entonces volvemos al origen, la gente se va.
Yo sigo pensando que esta fuga festiva tiene que ver, aparte de con el desgaste físico y hepático propio de las fiestas, con el gran desembolso que entre globos, barracas y, sobre todo, hostelería, tiene que hacer los vitorianos estos días. Así pues, y dado que son los hosteleros los que más reclaman medidas para mejor disfrute de todos y mayores ingresos para ellos, se me ocurre a mi que podían darle un poco a la imaginación y buscar fórmulas más creativas que además serí§ian seguramente bien recibidas y multitudinariamente aplaudidas.
Por ejemplo, ¿que tal hacer como los feriantes, y uno de esos días que el ambiente decae, declararlo día del pote barato, y cobrar la mitad de lo que cobran? Seguro que más de uno se animaba, y alguno igual hasta retrasaba su fuga hacia el descanso. Eso o poner una tapita, regalar unos ganchitos, o lo que sea. Vamos, que a veces hay que dar un poco para recibir, o dicho de otra forma, que los bolsillos dan lo que dan y poco más.
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