No voy a empezar diciendo aquello de que soy una persona tranquila y sosegada a la que sólo el ruido es capaz de alterar. Hay muchas cosas que me alteran, algunas siempre y otras a veces. Pero una de las cosas que siempre me altera es el ruido. Y digo ruido, no el sonido. El ruido es algo que enturbia, que distorsiona y que además causa extorsión, distrae, molesta, y cuando no cesa causa irritación y hasta locura transitoria.
Hay ruidos que son inevitables, pero hay, en general una actitud muy poco solidaria que consiste en no hacer absolutamente nada por reducirlos, atenuarlos, o cuando menos acomodarlos a los horarios que menos molesten. Y es una lamentable señal de falta de educación, de caracter egoista e insolidario, de falta de aprecio y consideración por los demás.
Días como ayer, en los que me despertaron un día más los ruidos de la obra vecina, que ahora es otra pero la misma que me provocó a escribir hace tiempo ya “puntualidad germánica“, que me persiguieron a mi trabajo vespertino, con una obra en el exterior y la radio de los ñapas a todo trapo en el interior, días en los que te persigue el ruido de las bombas, el de las declaraciones absurdas, el de las declaraciones vagas, el de las condens estereotipadas, y el de las no condenas igualmente estereotipadas. Ruidos que se suman al ruido que hacen los millones de euros que se caen por las esquinas de los campos de futbol, al que hacen los motores de alonso y hamilton, al que hará la letra de seguro hortera y patriotera que tendremos que oir junto al himno y la bandera, al ruido que hacen los golpes que se darán los coches y las motos, las furgonetas y los camiones este fin de semana.
En fin, que luego hay quien se extraña de que odie el ruido. Y creo yo, que si todos fuésemos conscientes de lo que dejamos de oir por culpa del ruido, nos tomaríamos más en serio dejar de hacerlo. Claro que, como no oimos nada que no tenga ruido a veces ya ni sabemos lo que nos estamos perdiendo…
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