Hace tiempo que nuestro viajero imaginario no nos mandaba sus crónicas, pero hoy nos envía la de su visita a La ciudad que asoma.
Las ciudades crecen sobre si mismas y se entierran. Por eso hay ciudades evidentemente visibles y ciudades que lo son cuando sus evidencias asoman. Cuanto más larga es la historia de una ciudad más probable es que la tendencia a asomar sea más habitual, especialmente allá donde más tiempo moraron sus habitantes.
Basta raspar un poco la superficie, retirar una acera, intentar hacer un parking, renovar un edificio y retornan desde el subsuelo las ciudades del pasado y se hacen visibles. A veces asoman en forma de ruinas, a veces incluso nos muestran la cadavérica sonrisa de nuestros antepasados o de los de nuestros visitantes.
Y es que lo que no se destruye sino que se entierra es como si tuviera una urgente necesidad de volver a la luz, y es bueno que vuelva, se enseñe y nos enseñe y nos ilustre sobre nuestro pasado, sobre el de nuestra ciudad, sobre lo que en su día fue su presente y el de los que en ella vivieron.
Vitoria es buena muestra de ello. Desde el centro a la periferia cada vez que se interviene en un espacio, sea público o privado la Gasteiz que asoma se no presenta en todo su esplendor, en toda su miseria. Y entonces trastocamos planes, detenemos obras y tiramos proyectos a la basura para acomodarlos a lo encontrado, para preservarlo ya en adelante como parte de la ciudad visible en que habitamos.
Y hay dos cosas sobre esto que al viajero llaman la atención. La primera es más general, más metafísica, y habla de la mutabilidad de los gustos del hombre, y de la forma en que ahora destruimos y enterramos cosas por poco valiosas mientras apreciamos, ensalzamos y admiramos lo que hace años, siglos más bien, los propios vitorianos despreciaron y enterraron.
La segunda es más pragmática, y tan simple como pensar que especialmente en espacios públicos (en los privados que cada cual se lo gaste como quiera), igual era mejor hacer primero los sondeos, valorar lo encontrado, elegir lo conservable si es que lo hay, y con todo ello hacer el proyecto y ejecutarlo. Puede que sea más lento, pero no cabe duda de que evitaría tirar nuestro dinero en proyectos que luego no se hacen, y además sería una muestra de prudencia y cordura. Porque Zamora no se hizo en una hora y así quédó de bien, y Gasteiz bien se merece una pensada…
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