Escribí hace tiempo un apunte que titulaba “la revolución de los clientes” en el que hablaba de la necesidad de los clientes, o sea todos, de formar conciencia de clase y empezar a dar respuesta a los abusos de las grandes compañías, (y si se tercia de las pequeñas también). Puede parecer complicado, inutil, y utópico, pero cada día que pasa me parece más y más necesario.
Voy a poner un ejemplo y creo que todo el que me lea me va a entender porque posiblemente se sentirá identificado.
Está uno plácidamente en su casa, bien aprovechando un ratito de siesta, bien comiendo, bien de sobremesa, bien amaneciendo a la vida cuando suena el teléfono. Como quiera que oir el sonido del teléfono fijo es cada vez más infrecuente, uno salta de donde esté, asiento de porcelana incluido, y se avalanza sobre el auricular. Cuando descuelga oye una voz, habiutalmente con acento sudamericano que tras identificarse le saluda cariñosamente en nombre de una gran empresa de telecomunicaciones. La chica en cuestión cobra, y posiblemente poco y menos aún si sabemos lo que factura la empresa subccontratada por el gran operador, por cada una de sus horas. Así que no podemos decirle nada, y gasta su tiempo y el nuestro y nos atiende y nos escucha y hace todo lo que sea por vendernos algo.
Al final uno acaba perdiendo la paciencia y las formas y le cuelga el teléfono por no colgarle del teléfono directamente.
Días más tarde uno tiene un problema con su movil, con su fijo o con lo que sea y llama a esa misma empresa de telecomunicaciones convencido de que será atendido con la misma solicitud entrega y despliegue de personal humano con la que a menudo intentan venderle cosas. Pero no. Se ve que el género humano está centrado en la venta y que para el servicio dejamos a las máquinas. Tras minutos y a veces horas de sintonías, de diálogos de besugos con máquinas que no aprecian nuestra vocalización, con recorridos por claves numéricas, etc etc, lo más habitual es que encima no consigamos resolver el problema.
Como decía antes, uno acaba perdiendo la paciencia y las formas y cuelga el teléfono por no colgar al presidente de la compañía.
Algún día tendríamos que hacer un plante de clientes y decidirnos a no pagar la parte correspondiente a los gastos en telemarketing pestoso si no se ven compensados con mayores inversiones en atención al cliente, porque se mire como se mire tal parece que el caso es fastidiar, y facturar, por supuesto.
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