convivir en una ciudad es un complicado ejercicio de civismo. Hemos de ponernos de acuerdo todo un colectivo de personas, lo que de por si no es sencillo. Pero hemos de hacerlo además con nuestros cacharros y cachibaches, y con los espacios que compartimos y que ocupamos. Coches, motos, bicis, peatones, autobuses, furgonetas y camiones.
Para eso repartimos el espacio y hacemos calles, y aceras, casas, jardines y paseos y una florida sin par, que diría la canción. Pero esos espacios se cruzan, y entonces ponemos semáforos y pintamos pasos, y ponemos señales y normas.
Entendemos entonces que ha de apelarse al civismo de los ciudadanos para que todo el entramado funcione. Y para reforzar ese civismo, visto que no valen las simples recomendaciones, actuamos en negativo y ponemos multas y sanciones.
Cuando publicamos las estadísticas de atropellos aludimos al la falta de civismo, unas veces de los peatones, otras de los conductores y otras de los ciclistas, pero rara vez apelamos a la paciencia, y más rara aún reconocemos que algunos puntos exigen, además de paciencia y civismo, una gran dosis de tiempo disponible. Vamos, que hay semáforos que parecen pensados para jubilados u ociosos en general. Semáforos en los que podrían repartir incluso algún elemento de elctura para hacerlos más transitables, o incluso poner una marquesina para soportar las esperas en invierno.
Si no me creen, hagan la prueba de acceder a la Florida desde la calle Castilla. Esperarán una vez para llegar a un islote, otra para alcanzar el segundo, y una más para llegar a la Florida. Claro, con estos mimbres es dificil hacer aquellos cestos.
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