Como ya escribí hará cosa de un año, por estas fechas uno acude en busca de sus recuerdos camino de la navidad. Tal es así que hoy he dedicado un rato de la gélida tarde, tras una cita fallida, a hacer el previo del belén. Esto es, a ver como está este año antes de traerme un día a mi niña por aquí.
No se si es que era de día, que el frío había helado mi sensibilidad, o si es cosa del vandalismo, pero me he quedado un poco decepcionado. Y es que cuando hablo de vandalismo, no tengo muy claro si me refiero al de los descerebrados que la emprenden a golpes con el belén, cosa que va camino de convertirse en una tradición más. O del vandalismo de los que diseñan el montaje y colocan las figuras y parecen empeñados a aplicar el peor de los gustos posibles o cuando menos, de hacer tener que trabajar la imaginación a tope para no ver cables, luces y demás aditamentos, amén de cierto aire cutre y como a medio hacer que todo lo tiñe. O del triste vandalismo del calendario que hace que no nos demos cuenta del tiempo que pasa, de los años que huyen, y de cómo aquello que nuestros ojos de niño veían grandioso era en realidad tan cutre como ahora.
Yo confío en que sobre todo sea esto último. Porque es el único terreno en el que puedo aplicar soluciones sin contar con nadie. Basta hacer un esfuerzo y vestir de nuevo los ojos de un niño. La compañía de un niño de verdad suele ayudar bastante así que por ese lado no tengo reparo. Pero si aún vestido conn ojos de niño el resultado sigue sin gustarme, la cuestión será más preocupante. Resultará que es posible romper los sueños atacando a figuras de escayola. Resultará que en las oposiciones no hay un apartado de ilusión navideña, y contra esto, por desgracia no tengo medios para luchar.Â
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