Mis nuevas obligaciones no me dejan tanto tiempo libre como ultimamente solía tener para acudir a la liturgia jazzteiztarra. Bueno, para ser sinceros, me dejan tiempo libre pero no en el horario que me gustaría. Así que he tenido que seleccionar y me he quedado con un par de noches. Y cómo es mucho lo que debe ser contado, empezaremos, como es de rigor, por el principio.
Como nota previa diré, que al igual que dije el año pasado por estas fechas, me parece un gran error que la organización no incluya en los abonos el acceso, aunque sea sin derecho a localidad numerada, a la noche del lunes. El aforo de estas sesiones lo agradecería, y para los fieles abonados sería algo parecido a un Bonus más que justificado.
Pero empezó, lo que en argot taurino llamaríamos las noches de abono, con la primera de feria. Dos diestros de altura, Wayne Shorter y Herbbie Hanckok para dar cuenta de los primeros pases, quites y demás cosas inherentes al periplo jazzteiztarra, peponas y manolos incluidos.
A mi, si hay algo que me guste del jazz es la riqueza mental que contiene, trasmite y provoca en quien está dispuesto a recibirla. Esa capacidad de innovación, de lo que ahora llamamos I+D+I, investigación, desarrollo e innovación. Y en eso, la primera parte del concierto fue espectacular. Se puede hacer jazz sin recurrir al sempiterno chinchichin chinchichin, y a esos repertorios que atrás dejaron la improvisación y todas las demás ies. Wayne y los suyos semostraron inflexibles en lo flexible de su planteamiento y nos regalaron toda una sesión de jazz pensado para pensar. sin concesiones ni alharacas. En temas que duraban una media de 30 o más minutos. Yo sigo pensando que o ponen cortinas o empiezan más tarde. La ausencia de luz incrementa el lado mágico de la música, y su presencia facilita la distracción y el espectáculo del contínuo ir y venir de los figurantes, figurones o figurillas que pueblan parte de estas gradas en compañía de muchos buenos aficionados.
Tras el descanso vino Herbbie. Y este también tuvo sus cosas para pensar. Y como suele decirse que las comparaciones son odiosas, este es uno de los casos en los que los son, y especialmente para Herbbie. Muchos conciertos en uno solo y ninguno suficientemente profundo. si acaso momentos, pinceladas, pero tan dispersas y tan dispares que uno no acababa de creerse que aquello fuese un conjunto. Puestos a no creerse demasiado lo que hacía merece especial mención el papelón de Holland. Había veces que, puestos a pensar, es casi seguro que pensase para sí… ¿pero que coño pinto yo en todo esto? o, dicho en forma más prosaica… hay que ver lo que hay que hacer por la pasta… Con las voces pasaba algo parecido. si solo hubiese habido una no nos hubiésemos dado tanta cuenta de la enorme diferencia que había entre ambas, pero en este caso, negras juegan y jaque mate, la reina blanca rueda por el tablero.
Para esas alturas, y a partir de las doce, tal parece que Mendizorroza estaba lleno de cenicientas, y que sus vestidos, carrozas y sirvientes corren el peligro de convertirse en harapos y ratones al terminar el hechizo. Lo digo por el contínuo desfilar de gentes en medio de la itnerpretación de temas. Volviendo al símil taurino, tendrían que poner en las entradas aquello de que se prohibe acceder o abandonar la localidad durante la lidia del tema.
Eso sí, el bar abarrotado y la gente de tertulia, una tertulia que llegaba a tapar uno de los momentos delicados del concierto de Herbbie, y que obligaron a que el propio Iñaki Añua en persona se ocupase de cerrar la mampara del acceso al bar o a la sala del concierto, según se mire…
En fin, que lo dicho, mucho que pensar, mucho que contar… otro día más…
donde dije “Plaza Euskalduna” quise decir “Plaza Euskaltzaindia”.
Lo que comentas al final del ir y venir de gente, del ruido que sale del bar y no te deja oír el concierto… todo eso ha hecho que haya dejado de ir al festival de jazz.
Utilizo silla de ruedas y al buen Iñaki Añua, a la Ertzaintza, SOS deiak o quien fuera, se les ocurrió colocar las localidades para sillas de ruedas atrás del todo, cerca de las puertas y junto a la zona de mezclas.
El resultado es que los usuarios de silla de ruedas no podemos disfrutar del festival en condiciones por el ruido exterior (del tráfico) e interior (de paseantes y tabernarios).
Así que tendré que esperar al supermegahiperexcelente complejo de la Plaza Euskalduna para poder volver a ir a los conciertos (si es que al Sr. Añua le convence la acústica no-excelente de la sala polivalente que parece que le van a dejar). Y ya veremos que se inventa allí como parche cuando la accesibilidad “de obra” falle, como suele pasar en el 99% de estos proyectos ilusionantes hechos para ser (ad)mirados.
Un saludo,