Esto de la innovación, con lo que tantas bocas se llenan, y algunos estómagos agradecidos también, nunca llegará a ningún sitio si no empieza por el cerebro. Dicho de otra forma, es fundamental creérselo para hacerlo cierto. Dicho de otra más popular es aquello de predicar y dar trigo.
El entramado administrativo que nos hemos creado funciona a veces como un ente con vida propia. Un ser animado, en el sentido de tener ánima, no de ser especialmente animoso ni siquiera divertido o al menos entretenido, que tiene todos sus órganos en un aura difuso, incluido su cerebro. El cerebro de la bestia en que se ha convertido. Y es la administración uno de los más claros ejemplos de que por mucho que se gasten nuestro dinero en campañas que nos hablan de la innovación, por mucho que se vuelvan a gastar nuestro dinero en sesudos informes, estudios y desarrollos de consultoría para innovarse a si mismos. Por mucho que insistan en seguir gastándose nuestro dinero en cursillos, seminarios y demás acciones de formación para con sus células propias, lease funcionarios. Por mucho que gasten nuestros recursos en cambios de imagen corporativa, mobiliario, y hasta flores o plantas de interior. Por mucho de todo eso y más, hasta que la administración, o por mejor decir, hasta que el cerebro ese de la administración no se lo crea todo será inutil.
Cada vez que tengo que hacer una gestión con la administración, y como ya dije en cierta ocasión, habida cuenta de la gran cantidad de tiempo para la observación y la reflexión con que nos regalan dados sus plazos de espera, más arcaico y decimonónico me parece lo que veo. Apenas hace falta un pequeño esfuerzo para entrecerrar los ojos y ver como tras el moderno aspecto del mobiliario y las pantallas planas aparecen los vetustos escritorios de madera, los manguitos, el plumín o la olivetti, los carteles y consignas, las colas y, por supuesto… las torres de papel.
Y es que tanto hablar de compromiso ambiental, de optimización, de economía de la información y de todas esas cosas, y ayer, una vez más y van no se cuantas, tres fotocopias de tres páginas de mi libro de familia pasaron a engrosar el volumen documental de la administración. Y es sólo un ejemplo. Gasté papel en la solicitud, por duplicado y en papel autocopiativo, en el certificado que certifica lo que el funcionario ve en pantalla, en la carpeta en la que me dieron la documentación, en la fotocopia de algún otro papel y hasta en el papel con el que recordaba que me quedaba todavía una pila de gente por delante. Vamos, que ya no nos dejan comunicarnos entre los administrados o clientes que dicen ahora ni para soltar aquello tan propio de “la última por favor”, “servidora”.
Y es que el cerebro de la bestia no se acaba de creer que lo sabe todo sin necesidad de papel, y que el papel lo más que puede hacer es confundirle o introducirle discrepancias, y que dado que cada vez sabe más, cada vez hace menos falta ponerse a si mismo a prueba. Vamos, que es complicado sacarse un dni sin haber nacido, por lo que posiblemente sobra la partida de nacimiento. Que es dificil sacar una licenciatura sin haber pasado la selectividad, que a su vez es complicada de pasar sin haber cursado los estudios oportunos que a su vez son complicados de cursar sin haber nacido lo que a su vez es complicado de hacer sin enterarse o, como decía Gila, sin que tu madre esté en casa.
En fin, que la bestia consume sus recursos, que son los nuestros, en justificar su obesidad en base a todo un conjunto de estupidos e inútiles procedimientos. Eso sí. Como con la letra pequeña de los seguros y contratos bancarios y de telefonía, no se que tenemos algunos, que siempre salimos perdiendo, perode eso ya hablaré otro día…
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