Es difícil sustraerse estos días de la vorágine deportiva. Más aún para los reconocidos deportistas de sofá y televisor entre los que como es sabido me cuento. Pero a mi, aparte de los comentarios puramente deportivos, estos espectáculos, o mejor dicho, el espectáculo que rodea a estos espectáculos me están haciendo reflexionar y mucho entre la mutuamente perniciosa relación entre patria y deporte.
Mis relfexiones giran básicamente en dos ejes. El primero es que ese afán desmedido por mirarse al ombligo y hablar casi exclusivamente de “los nuestros” nos hace a menudo perder la dimensión exacta y valiosa del propio deporte. El segundo es, que en un mundo globalizado como el que nos está tocando vivir, el concepto de “los nuestros” tiene una flexibilidad pasmosa en manos de los agitadores. Estos dos ejes confluyen en un cruce que se llama engaño, y cuya acera opuesta se llama como cierta calle de Madrid junto a la que viví varios años, desengaño.
Pongamos ejemplos. Me gustan las motos de carreras. Me gusta Rossi. Eso significa que vibro más cuando gana Rossi que cuando gana Pedrosa, lo que provoca que me puedan tachar de anti español, cosa que no es del todo cierta, o de no querer ser español, cosa que puede tener su punto de verdad, pero nada que ver con todo esto. Me lo dicen los que vibran con nombres que no son capaces de pronunciar pero que lucen “la roja” como últimamente se dice. Me lo dicen mientras miran de reojo y de soslayo al currela portugés, al sudaca o al moreno que, como no es medallista, es un desplazadao que sólo viene a quitar currelos, a robar y a cosas peores.
Y es que uno observa la composición de los equipos nacionales y se da cuenta de que hay muchos engaños. Y que luego vienen los desengaños. Sintomático fue el famoso caso del esquiador que cambió de nombre varias veces pasando de Johny a Juanito y volviendo a ser Johny según iban y venían las medallas y los positivos. Muchos de estos deportistas buscan banderas de conveniencia, esto es, paises en los que tienen casi seguro participar porque en el suyo no pasarían el corte. Otros paises al contrario juegan con los pasaportes como quien compra y vende pasiones y tratan los combinados “nacionales” como el Madrid o el Barí§a gestiona sus plantillas.
En definitiva, y por no alargarme más, que en cuestión de deportes, tendríamos que fijarnos más en los deportistas y dejar otras pasiones para lo que son, porque al final ni disfrutamos del deporte ni nos centramos en el verdadero objeto de las pasiones. Y todo esto vale también para espacios más cercanos, que por aquí también nos va bastante el rollo.
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