Sigo pasmado y boquiabierto con el seguimiento informativo del accidente de Barajas. En lo que a comprender el dolor de la gente implicada directamente en el asunto sigo reflexivo y silencioso, por supuesto. Pero es que insisto una vez más, la cosa tiene su enjundia.
Ayer lo que me resultó más llamativo es el nivel de confusión simbólica y gestual a que estamos llegando en nuestra mediática sociedad del siglo XXI. Me explico. Como en todo momento de cambio, y ante la paulatina perdida de poder de la iglesia como elemento organizador de la vida y sus ritos, hay un impasse de confusión hasta que nuevas formas rituales sustituyan a las actuales. Vamos que los momentos o espacios rituales son como la materia, ni se crean ni se destruyen simplemente se transforman. La vida, la muerte, el amor y la guerra son siempre lo que son, los vistamos de olimpos o de santos.
Pero a lo que vamos, como parece ser que se ha institucionalizado la relación catástrofe terrorismo, y que la impresión que crean las vidas interrumpidas por este, se traduce en una serie de símbolos, pues allá que vamos todos y, ante un accidente, reproducimos los mismos comportamientos. Concentraciones institucionales ante las puertas de las instituciones, minutos de silencio, banderas a media asta y brazaletes en los brazos deportistas. Pero es un accidente, y responsables, en cierto modo somos todos. Somos los que queremos pagar unos precios de risa por un transporte caro como el aéreo. Somos los que leemos procesos empresariales de reestructuración, o sea que van a echar a la calle a un mogollón de gente, como si no fuese con nosotros. Los que a menudo nos escaqueamos cuando vemos una agresión contra personas o cosas como si no fuese con nosotros. Los que contamos orgullosos como el niño o la niña después de varios masters trabaja en un departamento de recursos humanos sin haberle enseñado a que ponga más atención en lo de humanos que en lo de recursos. Los que vemos el diario gotear de muertos en Irak, Afganistan, Argelia o Pakistan como si estuviesemos viendo un juego de la Play Station.
Pero eso sí, empujados por los gases lacrimógenos que expelen los medios de comunicación, se nos sube a la cara un gesto compunjido y exigimos responsabilidades a nuestro ayuntamiento por no haber convocado una concentración para poder ir y salir en la tele como todo el mundo.
En fin, que como decía ayer… vaya mi más sincero abrazo a todos los que anteayer, ayer, hoy y mañana han perdido alguien que era algo más que una noticia en sus vidas.
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