Tanto hablar estos días de las catastróficas desdichas que se convierten en alimento de los media, auqne a quien le toquen les duela lo mismo que las que no se merecen una línea, y la vida, o por mejor decir la muerte va y me pone un caso a tiro de piedra. Un mal paso en un andamio, a no demasiada altura, una mala caida, y una catástrofe. Catástrofe para su viuda, para su huérfana, para su socio y cuñado, para sus amigos, conocidos y familiares, catástrofe para un pueblo como La Puebla donde estas noticias no son frecuentes.
El accidentado era vecino de pared. Repartía sus días entre Vitoria y La Puebla de Arganzón, donde gustaba de tomar sus cafetitos y donde alguna obra había desarrollado con su empresa. empresa pequeña, empresa familiar para la que algo como esto es una auténtica catástrofe. Pero fue el sólo. No se calleron del andamio 170 personas, sólo una. Así que aquí no hay heridos que visitar, supervivientes que entrevistar o capillas ardientes masivas por las que pasar como una exhalación. Hay un hombre sólo con su familia, con su vida y cobn sus circunstancias. Un hombre a cuyo entierro y funeral no vendrán autoridades, ni fotógrafos a los que pedir comprensión ni nadie más que los que realmente pintan algo en este tipo de eventos, los que por una u otra razón le conocían.
Eso sí. Aún así tendrá sus minutos de radio, televisión y sus centímetros cuadrados de papel impreso. Trabajaba en la construcción y su catástrofe pasa a formar parte del chorreo de catástrofes del gremio. Algunos saldrán a indignarse contra los empresarios y el gobierno y levantarán su dedo acusador sin conocer al accidentado ni sus circunstancias ni su situación laboral, pero eso es harina de otro costal.
Lo cierto es que solo en la CAPV son más de cincuenta en lo que va de año los que han dejado sus huesos en el currelo, de uno en uno, sin fotógrafos ni ministros, y todo porque no lo hicieron ni a la vez ni en el mismo sitio, una catastrófica desdicha…
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