Pronto va a hace tres años que moría mi tío Juan Antonio Madinabeitia, “Madi”. Le recordaba yo como un vitoriano ilustre, en el sentido callejero de la palabra, que habla de alguien singular, jatorra, de uno de esos personajes de los que es dificil no recordar alguna anécdota. Ayer, leyendo la prensa, buscándome como a diario entre las esquelas me encontré la de otro vitoriano ilustre. Otro de estos que posiblemente nunca tengan calle ni plaza, pero que, a la larga, dejan como personas un reguero mayor y más cercano de recuerdos que mucho ilustre afinicado en las placas del callejero y hasta en las enciclopedias. Me refiero claro está, a Juan José Caparrós Herencia, “Capa”.
Era un hombre de los que uno se puede esperar incluso que llegue tarde a su entierro. O que estando en él te susurre algo al oido mientras da una calada a su cigarro, algún comentario irónico, por supuesto. Un hombre del que si algo queda claro es que lo que se dice vivir, vivió. Mucho y a gusto. Un tipo simpático y peculiar, con un fino sentido del humor y una presencia difícil de olvidar. Un hombre afincado en la calle o en la barra del bar, de habla pausada y a veces sorprendente, un hombre sin prisa al que es dificil imaginarse a la carrera o presa del pánico nervioso. Un tipo de estos de los que, si en verdad existen el cielo y el infierno, uno preguntaría por Capa antes de, si fuese posible, elegir destino y compañía para la eternidad.
La amplia presencia de hosteleros en su homenaje certifica su condición de ilustre vitoriano. Hosteleros de uno y otro lado de la barra que echaremos sin duda de menos su presencia mientras echamos unas risas recordando alguna de sus muchas “ocurrencias”.
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