Bueno, como quiera que este verano he andado un poco descolocado, y no he podido atender como hubiese querido esta cita diaria con el teclado; como quiera que ahora que voy recuperando mi tiempo y sus ritmos estoy revisando y ordenando los apuntes fallidos; como quiera que llevamos un final de mes hablando día si y día también de víctimas, pues voy a recuperar unas notas que escribí allá por finales de julio.
Por refrescar la memoria diré que se trataba de la reflexión que me motivaron las declaraciones del amigo Bully, concejal vitoriano responsable entre otras cosas de seguridad ciudadana, acerca de un desgraciado atropello ocurrido allá por el 30 de julio (puedes refrescar la noticia aquí).
A veces el ruido de los llantos, la imagen de un cadaver, la impresión de un accidente, nos conmueven y nos mueven a decir lo que sentimos más que a pensar lo que decimos. A veces en estos y otros momentos, hacemos una identificación automática y poco rigurosa de la categoría de víctima. A veces nos vemos como obligados a ponernos del lado de quien, aparentemetne ha sufrido más daño.
Una mujer de 56 años muere cuando es atropellada. No la atropella un vehículo automatizado, no. La atropella un vehículo conducido por una persona, incluso como suele decirse… por una persona humana. En unos casos, esta persona conductora se ha dejado llevar por la fascinación de la velocidad y que se yo que cosas más y aparece ante nuestros ojos como responsable, como homicida, como muchas otras cosas más que el decoro impide poner en estas líneas. Otras sin embargo, como parece ser que es este caso, la persona conductora se conduce con prudencia y atención, a pesar de lo cual se ve sorprendido por la incursión de la persona peatón en el momento y en el lugar en el que no debería incurrir, y, por cuestiones puramente físicas, (iniercias, masas ,deceleraciones, etc.) se ve incapaz de evitar lo inevitable.
Nuestro concejal de seguridad ciudadana informó del suceso y de que, al parecer, la persona peatona “parece ser que cruzaba por un lugar inapropiado”. Nuestro concejal, en nombre del ayuntamiento se solidarizó con la familia de la accidentada. Hasta ahí todo bien. Iformación y sentimiento. Pero ahí se acabó el asunto cuando en realidad y en cierto modo ahí empieza un particular calvario para quien en este caso es tan víctima o más del suceso. Me refiero claro está a la persona conductora. A quien sin presumiblemente haber cometido ninguna negligencia arrastrará toda su vida un sentimiento culpable. A quien asaltará de cuando en vez la imagen de sus brazos crispados al volante intentando evitar el accidente. A quien retumbará el ruido del impacto y perseguirá la imagen dek cuerpo arrollado. Para mejor pasar el trago, le marearán los seguros, los investigadores de la policía, los juzgados. Puede que pierda puntos, puede que tenga sanciones, puede que tenga que pagar una indemnización, y todo, no lo olvidemos, por una negligencia ajena.
En fin, que no es el primer caso ni desgraciadamente será el último, pero que no estaría de más acordarnos un poco de estas personas y sus circunstancias que, no lo olvidemos, son más víctimas que culpables, y que ocupan un lugar que depende más del azar que de la propia conducta, quiero decir que ni el más tenido por prudente y educado está libre de verse un día sumergido en uno de estos embolados.
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