Ya hemos dejado todos de hacer el agosto y nos dirigimos, en la imparable carrera del tiempo, con paso firme a franquear el angosto septiembre. Nos gastaremos unos euros en libros para nuestros pequeños, cosa que no está mal pero que hay que ver lo que le cuesta a la gente. Nos gastaremos otros euros en comprarnos ropita, y mochilas, y lápices y todo tipo de utensilios escolares y extraescolares. Asistiremos horrorizados al galletón de euros de agosto que trae la visa en septiembre. Comprobaremos que en esos periódicos que no leimos en vacaciones venían puntuales noticias de inflacciones, subidas de tarifas y demás industrias. Lamentaremos que algunas de estas se han quedado de vacaciones permanentes, vamos, que aquello de la desaceleración de antes del verano se ha convertido definitivamente en crisis galopante. Recuperaremos aquellas sartas de insultos e improperios varios que surgían de nuestros labios cada vez que dábamos de comer al coche. Acudiremos, eso sí bien bronceados pero tristes, a nuestros diarios quehaceres y calvarios varios. Será sin embargo uno de nuestros escasos consuelos, no tener tiempo para seguir gastando los euros que no tenemos.
Eso sí, en nuestros paseos, o mientras hacemos la cola para el pan y el periódico soñaremos con coches, barcos, castillos, casas de muñecas, relojes, plumas, abanicos y hasta libros, fíjese usted que curioso, partidos en trocitos dosificables e interminables. ¡Como me gustan los coleccionables!
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