Publicado en diario de Noticias de ílava el 16 de septiembre de 2008Â
No es el síndrome postvacacional, ni una referencia a los múltiples socavones que nos amenazan con un tropiezo, ni siquiera una referencia a la desanimación lúdico cultural que algunos predican de Gasteiz. Es más bien una cuestión de protocolo.
Pensaba en ello el otro día mientras enterrábamos en El Salvador a Juan José Caparrós, “Capa”. Un tipo ilustre que casi seguro se quedará sin calle, aún siendo más conocido que la calle Dato y haber pasado por la vida dejando un reguero de recuerdos, anécdotas, sonrisas y risas. Pero a lo que vamos.
Va uno a casarse, cosa que tal como van las cosas es para cualquier cosa menos para toda la vida, y le ponen en el ayuntamiento alfombras, flores y banderas. Le abren puertas señoriales y las mejores salas ¡hasta ponen txistularis y danzaris si se tercia! Todo elegancia y corrección para un rito que uno puede repetir varias veces en su vida.
Va uno y se muere, cosa que normalmente venimos a hacer una vez en la vida, y en cuanto sale de las privadas manos de las funerarias y pasa a las del ayuntamiento, no sabe si salir corriendo o morirse de nuevo del bochorno o del disgusto.
Después de hacer a familia y amigos peregrinar hasta las afueras de Aberasturi te toca aguardar tumbado en el furgón a que lleguen en la furgonetilla los operarios con sus buzos, sus tiras reflectantes y los guantes homologados que se van poniendo mientras se dirigen deprisita al panteón. Todavía tienes que ceder el paso a la grúa que se instala en medio del cortejo, y mientras te van reponiendo el techo del panteón, deudos y parientes sufren no en silencio, sino a los sones del motor de la grúa, las negras emanaciones de CO2 del ingenio mecánico. Pero tampoco hay que preocuparse. Un par de minutos y salen todos corriendo en busca del siguiente encargo.
Y uno se plantea si no podría el consistorio tomarse un poco más en serio esta tarea ingrata de enterrarnos. Y no digo que los funcionarios hagan mal su trabajo ni que tenga queja alguna de ellos. Digo que podría hacer una consultoría, siete estudios, catorce informes, y llegar a la conclusión de que muchos ciudadanos (casi todos los que acuden a un entierro menos el difunto) agradecerían detalles como un vestuario más adecuado, un ritmo más pausado aunque hagan falta más equipos; unos procedimientos menos agresivos acústica y visualmente, en fin, ese tipo de detalles que le ayudan a uno a pasar semejante trance.
Bueno, y de lo del cura ya ni hablamos, que eso da para otra columna entera”¦
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